LA CRESTA DE LA OLA

App para diseñar tu propia felicitación navideña

   Llega la Navidad y, con ella, el momento de enviar felicitaciones navideñas. Muchos eligen los métodos tradicionales. Otros, sin embargo, prefieren adaptarse a las nuevas tecnologías. Para ellos existe "Belén de Navidad”, una nueva app que permite crear una felicitación virtual.



El usuario puede crear su propio pesebre. Se puede escoger el tipo de establo, los personajes, los animales y colocarlos dónde se prefiera. Además, todos estos personajes son interactivos.

El amor está en lo pequeño

1. A lo grande se llega por lo pequeño. 2. Cuando hay amor, todo es importante. 3. Hacer el propósito de no olvidarnos de Dios cuidando los mandamientos.

1. A lo grande se llega por lo pequeño. Para lo bueno y para lo malo. Si uno quiere ser grande, tendrá necesariamente que cuidar cada una de las pequeñas cosas que componen su vida cotidiana. Las peores traiciones se alcanzan por un camino idéntico: se descuidan primero algunas cosas pequeñas, luego, otras más grandes y, finalmente, se acaba dudando de la importancia de la fidelidad y de la lealtad. A lo grande se llega por lo pequeño, para lo bueno y para lo malo.
En muchas ocasiones nos «acostumbramos» a nuestras cosas malas. Y no nos parece mal: sencillamente pactamos a la baja. Sin embargo, Jesús nos dice en el evangelio de hoy que «el que quebrante uno de estos preceptos menores será el menor en el reino de los Cielos» (Mt 5, 19). Digamos que al Señor no le satisfacen estas «reducciones en la entrega», no tanto porque quiera hacernos la vida difícil, sino porque quiere llevarnos muy arriba.
Pacto a la baja: consiste en dejar de rezar un día que no nos apetece; en levantarse por la mañana una y otra vez mucho más tarde de lo que debiéramos; en retrasar las obligaciones generando de ese modo un agobio que hace que nuestro carácter sea duro o agrio... y poco a poco hacer de todo esto una costumbre en absoluto mal vista y perfectamente tolerable.
Cuaresma: tiempo de cambio. ¿En qué cosas veo que he rebajado la exigencia? ¿Y Tú cómo lo ves? No tengas miedo de preguntárselo a Jesús.

2. En tiempos de Jesucristo, los judíos discutían constantemente sobre cuáles eran los preceptos más importantes de la ley. Les preocupaba mucho distinguir unos de otros; lo que en el fondo querían era –a la larga– no prestar atención a aquellos que resultaran menos relevantes.
El Maestro salda la discusión de un modo muy tajante: todos los mandamientos son importantes. Esto hay que entenderlo bien: todos son importantes, no porque el Señor quiera imponernos miles de pequeñas cargas, sino porque, para el Amor, todo es importante. Lo han cantado siempre los poetas:

«En tanto que el amor dura,
toda locura es fineza;
después que el olvido empieza,
toda fineza es locura»[21].

Cuando uno está enamorado, son precisamente las cosas pequeñas las más valoradas. Cuando un chico tiene un detalle con la chica a la que quiere, aun siendo una cosa absurda o pequeña, ella experimenta una alegría interior muy grande. Considerará con satisfacción y con razón que ese chico se ha acordado de ella. Las madres se emocionarán siempre cuando su hijo pequeño les regale, el día de su cumpleaños o el día de la madre, una flor de papel. No importa el coste: importa el cariño.
Los pequeños detalles dan muestra de la dimensión del amor, porque muchas veces son manifestación de que el amado está siempre en el corazón de la persona que le quiere. Las obras concretas son expresión de algo mucho más bonito: él siempre piensa en mí... me tiene todo el tiempo en su cabeza.
Ese es el sentido de los mandamientos cuando se tiene espíritu de enamorado. Cada precepto, por pequeño que parezca, es una ocasión para dar a Dios y a los demás una muestra de afecto, de cariño, de amor.
El discípulo amado lo comprendió perfectamente, porque sabía amar. En su primera epístola describe esa dinámica: cuando hay amor, cumplimos los mandamientos de Dios, y precisamente entonces nos parecerá que «sus mandamientos no son costosos» (1 Jn 5, 3). ¿Por qué? Porque hay caridad. Es lo mismo que ocurre con las personas que se quieren: estas «muestras de cariño» tienen sentido.
Nuestra indiferencia ante los pecados veniales bien puede ser, en este orden, una muestra de nuestra falta de amor, porque descuidamos lo pequeño, como si no tuviera importancia... y entonces descuidamos el amor de verdad.

3. En la primera lectura leemos esta relación que existe entre el amor y los mandamientos. Dios dice a su pueblo que deben ser una nación orgullosa, porque ninguna tiene tan cerca de ellos a sus dioses. ¿Qué nación tiene a su Dios tan cerca como lo tenemos nosotros? (cfr.Dt 4, 7). Saben que Dios los sacó de Egipto, donde eran esclavos, y los llevó a una tierra buena donde pueden adorar a Dios y vivir pacíficamente. Saben que Dios es bueno. Saben, dicho coloquialmente, que Dios está por ellos —está con ellos, pendiente de ellos.
Pero es Dios mismo quien les advierte. Él hizo muchas cosas por su pueblo: abrió el Mar Rojo para que pasaran y bloqueó ahí a sus enemigos, les alimentó en el desierto con el maná, con codornices, les dio de beber... y, sin embargo, el pueblo puede convertirse en un ingrato y apartar su corazón del amor de Dios, como de hecho sucedió. Le dijo a Dios: ya no te necesito. Y eso no nos puede escandalizar: tantas veces lo hacemos tú y yo. Basta con abandonar los mandamientos.
No es que Dios sea muy rigorista o que la Iglesia «se pase» con tantas normas... No. Considera que el amor tiene sus reglas. En el amor humano no nos extraña: un chico enamorado que empieza a salir con otras chicas, a jugar con la tentación aquí y allá, a buscar solo su propio placer o su bienestar... es cuestión de tiempo. Su amor se apagará y la otra persona pronto se dará cuenta de que ya no es todo para él.
El amor de Dios no es distinto: es amor. Por eso, es necesario que los que nos sabemos cristianos volvamos a enamorarnos de Dios, y queramos cumplir con delicadeza cada una de las más pequeñas exigencias del amor. Es necesario que digamos cada día –hoy, ¡ahora!– un «no» grande al pecado venial. Hemos de recuperar la ilusión de luchar a diario en lo pequeño.

EVANGELIO

San Mateo 5, 17-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: —«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».

Ahí tienes a tu Madre



                "Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización."[1] Esta presencia de Santa María se siente de modo especial en estos días marianos.

                Estamos en el tercer día de la Misión Magnificat. Consideramos hoy la escena de la Cruz.
             
                "Hijo, ahí tienes a tu Madre" dijo el Señor desde la Cruz dirigiéndose a San Juan. "Estas palabras de Jesús al borde de la muerte no expresan primeramente una preocupación piadosa hacia su madre, sino que son más bien una fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de hacer esto Jesús pudo sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio.[2]

                Desde entonces el Señor no se cansa de repetírnoslo al oído. Hoy escuchamos de nuevo esas palabras tan consoladoras: la Madre de Dios es también Madre nuestra.

                Al escucharlas, damos gracias a Santa María por tantos favores y gracias recibidos, por sentirnos en todo momento bajo su mirada bellísima y misericordiosa que nos dirige desde el Cielo. Recordaba la anécdota ocurrida en la celebración de la Pasión en un pueblecito alemán. La gente sobrecogida escucha la desesperación de Judas: Mi crimen no tiene remedio, al tiempo que se dirige a un árbol cercano para ahorcarse. En el silencio, se escucha la voz de una niña: Mamá, ¿por qué no ha acudido a la Virgen? Es la experiencia de todos los cristianos y confío que sea también la vuestra. Con María  se vencen siempre los momentos difíciles. No hay tempestad que haga naufragar el corazón de nuestra Madre del Cielo.

                Elevamos nuestros ojos a Santa María y nos encontramos con su mirada. " La mirada. ¡Qué importante es! ¡Cuántas cosas pueden decirse con una mirada! Afecto, aliento, compasión, amor, pero también reproche, envidia, soberbia, incluso odio. Con frecuencia, la mirada dice más que las palabras, o dice aquello que las palabras no pueden o no se atreven a decir. ¿A quién mira la Virgen María? Nos mira a todos, a cada uno de nosotros. Y, ¿cómo nos mira? Nos mira como Madre, con ternura, con misericordia, con amor. Así ha mirado al hijo Jesús en todos los momentos de su vida, gozosos, luminosos, dolorosos, gloriosos, como contemplamos en los Misterios del Santo Rosario, simplemente con amor". [3] Es una de las peticiones más repetidas por los cristianos: vuelve a nosotros los ojos. De esa forma recordamos que estamos siempre bajo la mirada cariñosa y amable de María.

               La mujer más amada por Dios

                Apareció un lucero en medio de la oscuridad y anunció al mundo en tinieblas que la Luz ya estaba próxima. El nacimiento de la Virgen fue la primera señal de que la Redención se acercaba. "La aparición de Nuestra Señora en el mundo es como la llegada de la aurora que precede a la luz de la salvación, Cristo Jesús; como el abrirse sobre la tierra, toda cubierta del fango del pecado, de la más bella flor que jamás haya brotado en el jardín de la Humanidad: el nacimiento de la criatura más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición que el mismo Dios, al crearlo, había dado al hombre: imagen de Dios, semejanza de Dios. María nos restituye la figura de la humanidad perfecta". [4] Jamás los ángeles habían contemplado una criatura más bella, nunca la humanidad tendrá nada parecido.

                María había sido anunciada a lo largo del Antiguo Testamento. En el inicio de la revelación se habla de Ella. Después de la caída de nuestros primeros padres [5], Dios habla a la serpiente, y le dice: Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar. La mujer es en primer lugar Eva, que había sido tentada y había caído; y, en un nivel más profundo, la mujer es María, la nueva Eva, de quien nacerá Cristo, absoluto vencedor del demonio, simbolizado en la serpiente. En Ella se dará la mayor enemistad que se pueda concebir en la tierra entre la gracia y el pecado. El Profeta Isaías anuncia a María como la Madre virginal del Mesías.[6] San Mateo señalará expresamente el cumplimiento de esta profecía.[7]

                La Iglesia refiere también a María otros textos que tratan en primer lugar de la Sabiduría divina; sugieren, sin embargo, que en el plan divino de la salvación, formado desde la eternidad, está contenida la imagen de Nuestra Señora. Antes que los abismos fui engendrada yo, antes que fuesen las fuentes de las aguas .[8] Y como si la Escritura se adelantara recordando el amor purísimo que había de reinar en su Corazón, leemos: Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Venid a mí cuantos me deseáis, y saciaos de mis frutos. Porque recordarme es más dulce que la miel... el que me escucha jamás será confundido, y los que me sirven no pecarán.[9]  Y, atisbando su Concepción Inmaculada, anuncia el Cantar de los cantares: Eres toda hermosa, amiga mía, no hay tacha en ti.[10] Y el Eclesiástico anuncia de una manera profética: En mí se encuentra toda gracia de doctrina y de verdad, toda esperanza de vida y de virtud.[11] "¡Con cuánta sabiduría la Iglesia ha puesto esas palabras en boca de María, para que no las olvidemos! Ella es la seguridad, el Amor que nunca abandona, el refugio constantemente abierto, la mano que acaricia y consuela siempre".[12]  Busquemos nosotros su ayuda y su consuelo en estos días, mientras nos preparamos a celebrar la gran solemnidad de su Concepción Inmaculada.

                      María es Madre nuestra

                La Tradición nos cuenta que la primera aparición del Resucitado fue a su Madre. Santa María no acude con las mujeres al sepulcro. En su corazón arde la llama de la esperanza en la Resurrección de su Hijo. Es difícil imaginar la alegría y la ternura de aquel encuentro. En esos momentos inefables el Señor no dejaría de recordarle sus últimas palabras desde la Cruz: Madre, ahí están tus hijos ayúdales a ser fieles.  

                Bajo su protección maternal estamos todos desde entonces. "Cuando estamos cansados, desanimados, abrumados por los problemas, volvámonos a María, sintamos su mirada que dice a nuestro corazón: “¡Ánimo, hijo, que yo te sostengo!” La Virgen nos conoce bien, es madre, sabe muy bien cuáles son nuestras alegrías y nuestras dificultades, nuestras esperanzas y nuestras desilusiones. Cuando sintamos el peso de nuestras debilidades, de nuestros pecados, volvámonos a María, que dice a nuestro corazón: «!Levántate, acude a mi Hijo Jesús!, en él encontrarás acogida, misericordia y nueva fuerza para continuar el camino».[13]

                Me confiaba en una ocasión una madre: "Di de él cuanto quieras, pero yo sé mejor que tú y que nadie las faltas de mi niño.  Yo no lo quiero porque es bueno, sino porque es mi hijo.  ¿Y cómo vas a saber tú el tesoro que él es, tú que tratas de pesar sus méritos con sus faltas?. Cuando yo tengo que castigarlo, es más mío que nunca". El amor materno es el reflejo más claro del amor divino. Ante una madre no cuentan los éxitos o los méritos de los hijos. Lo que cuentan son sus necesidades. Y la madre se vuelca más con el hijo más necesitado. Cuanta más indigencia y necesidad encuentre en mí la Virgen, más razones tengo para confiar y apoyarme en Ella.

                San Lucas recoge en el libro de los Hechos la fidelidad alegre y contagiosa de los primeros discípulos a su vocación cristiana y señala la cercanía y el trato con Santa María como una de las causas principales.[14] En su vida se miraron como espejo precioso para aprender todas las virtudes cristianas.

                Conocemos el testimonio de personas alejadas de Dios durante años, que volvieron  al Señor como consecuencia de mantener la devoción a nuestra Señora.

                Refiere un sacerdote que, recién ordenado, con su veintiséis años a cuestas, recibió una llamada telefónica. Se trataba de una voz masculina, un tanto nerviosa, que le hablaba de acudir a atender en el lecho de muerte a un moribundo. Le explicaba que el asunto era difícil, porque los amigos y familiares del moribundo no querrían ver a un sacerdote ni en pintura en la casa. Y allá fue, no sin antes encomendarse a la Virgen para que todo saliera a pedir de boca.

                En el piso del enfermo hubo consternación al verle aparecer, pero él se dirigió directamente a la habitación que le pareció del enfermo, y acertó.

-¿Le han dejado entrar?
-He visto caras de susto y gestos feos; pero ha podido más la Virgen nuestra Señora.
-Gracias. No tengo mucho tiempo. Quiero confesarme.
  El hombre era persona muy conocida. Llevaba sin confesarse muchísimos años. Al final la absolución.
Poco antes de morir quiso explicar al sacerdote el "milagro":

-He estado cuarenta años ausente de la Iglesia. Y usted se preguntará por qué he llamado a un sacerdote. Mi madre, al morir, nos reunió a los hermanos... Mirad. No os dejo nada. Pero cumplid este testamento que os doy: Rezad todas las noches tres avemarías. Y yo, ¿sabe?, lo he cumplido.

Termina el autor del relato: "Se moría mientras cantaba. A mí me pareció todo aquello un cántico: Yo lo he cumplido, yo lo he cumplido".

                Si para cualquier madre de la tierra sus hijos son siempre una parte irrenunciable de su vida, por la que están dispuestas a cualquier sacrificio, aunque a veces los hijos se comporten con ella de modo ingrato, ¿qué no hará nuestra Madre del Cielo por cada uno de nosotros?

                Del mismo modo que María está en el amanecer de la Redención y en los mismos comienzos de la revelación, también se encuentra en el origen de nuestra conversión a Cristo, en la santidad personal y en la propia salvación. Por Ella nos llegó Jesús, y por Ella nos han llegado y seguirán derramándose todas las gracias que nos sean necesarias. La Virgen nos ha facilitado el camino para recomenzar tantas veces y nos ha librado de incontables peligros, que solos no hubiéramos podido superar. Ella nos ofrece todo las cosas que guardaba en su corazón,[15] que miran directamente a Jesús, "a cuyo encuentro nos lleva de la mano".[16] En María encontró la humanidad la primera señal de esperanza, y en Ella la sigue hallando cada hombre y cada mujer, pues es luz que ilumina y orienta.

                El pintor inglés William Holman Hunt, realizó un hermoso cuadro en el que aparecía Jesucristo llamando a la puerta de una casa. Un día pidió a un grupo de artistas que examinaran el lienzo y vieran si había algún error en él. Sólo hubo uno que dio en el clavo:

-A la puerta le falta el pomo.
Y era ésa precisamente la intención de Hunt; ése era el efecto que deseaba producir en quien contemplara el cuadro, porque pasó a explicar:
-Cuando Cristo llama a la puerta de un corazón, ésta sólo puede abrirse desde dentro.

Lo dice bien claro el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo".[17]

                María nos ayuda abrir esa puerta pues a Jesús se va y se vuelve a través de Ella.

Devoción a la Virgen

                Estamos en Cuaresma.  La Iglesia nos repite incansable la llamada apremiante del Señor (meter cita 18). La devoción a Santa María nos ayuda a comenzar con garbo este tiempo de esperanza y conversión.

                San Juan nos cuenta, en tercera persona, su actitud ante las palabras que el Señor le dirige desde la Cruz: Desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio[19].

                Esa ha sido la respuesta de los cristianos. Con su actitud de buenos hijos han cumplido las palabras de María: me llamarán bienaventurada todas las gentes.

                Qué grande es la deuda que tenemos con Ella. Lo primero en esta Misión es: Madre, gracias. Para, a continuación piropearla, quererla, tratarla con cariño, aprender de Ella, confiarle todas nuestras necesidades y peticiones.

                María es la madre buena llena de ternura y de bondad, constantemente entregada a las necesidades de sus hijos; que se olvida de sí misma para pensar sólo en ellos.

                ¿Qué sería de nosotros sin Santa María? Una imagen muy gráfica que lo ilustra es la de esos niños pequeños que, por las circunstancias de la vida, han perdido a su madre: la ausencia materna se lee en sus ojos.

                Pongamos el corazón en nuestras devociones a la Virgen. Un sacerdote nos refiere un ejemplo de piedad sencilla. Lo protagoniza un chaval, “barman” en una cervecería sevillana. Le pregunta al final de una clase de formación cristiana.

-          ¿Tú le tienes cariño a la Virgen?
-          ¡ Digo!
-           ¿Y qué haces para acordarte de Ella?
-          Pues en el bar tengo un cuadro de la Macarena y, cuando me piden una cerveza, paso por delante de la Virgen, la miro, y le digo: ¡ele!
-          Y… ¿no sabes decirle otra cosa?
-          ¡Si! A veces paso, la miro, me quedo “clavao”, y le digo “ele lerele”´

                Es querer expreso de Dios contar con Santa María en sus planes redentores para con los hombres. Entendemos la grandeza de nuestra condición -la filiación divina-  a través de María: a Jesús se va y se vuelve por María.

                Su devoción es esencial en la vida del cristiano: "Antes solo no podías..Ahora has acudido a la Señora y, con Ella, qué fácil".[20]

                Entre tantas devociones destaquemos el Rosario. La devoción mariana por excelencia  en la que contemplamos los misterios principales de la vida de Jesús y de María, la piropeamos con las avemarías y al tiempo que le confiamos todas nuestras necesidades.               
                Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva».[21]

Juan Ramón Domínguez





[1] Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 284
[2] Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 285
[3] Papa Francisco, Videomensaje a la Vigilia del Divino Amor, 12.10.2013
[4] PABLO VI, Homilía 8-X-1964
[5] Gn 3, 15.
[6] Is 7, 14.
[7] Mt 1, 22 - 23.
[8] Pr 8, 24
[9] Si 24, 25 - 30.
[10] Ct 4, 7.
[11] Si 24, 25
[12] San Josemaría, Amigos de Dios, 279.
[13] Papa Francisco, Videomensaje a la Vigilia del Divino Amor, 12.10.2013
[14] Lc. 1, 14
[15] Lc 2, 51.
[16] Cfr. Beato Juan Pablo II, Homilía 20 - X - 1979.
[17] Apc 4,20
[18] Rom. 13, 11
[19] Jn 19, 27
[20] San Josemaría, Camino n. 513
[21] Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 11


– Santa María, Madre de Dios.
– Madre nuestra. Ayudas que nos presta.
– La devoción a la Virgen nos lleva a Cristo. Comenzar el nuevo año junto a Ella.

I. Hemos contemplado muchas veces a María con el Niño en sus brazos, pues la piedad cristiana ha plasmado de mil formas diferentes la festividad que hoy celebramos: la Maternidad de María, el hecho central que ilumina toda la vida de la Virgen y fundamento de los otros privilegios con que Dios quiso adornarla. Hoy alabamos y damos gracias a Dios Padre porque María concibió a su Único Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo nuestro Señor [1]. Y a Ella le cantamos en nuestro corazón: Salve, Madre santa, Virgen, Madre del Rey [2], pues realmente la Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad [3].
Santa María es la Señora, llena de gracia y de virtudes, concebida sin pecado, que es Madre de Dios y Madre nuestra, y está en los cielos en cuerpo y alma. La Sagrada Escritura nos habla de Ella como la más excelsa de todas las criaturas, la bendita, la más alabada entre las mujeres, la llena de gracia [4], la que todas las generaciones llamarán bienaventurada [5]. La Iglesia nos enseña que María ocupa, después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros, en razón de su maternidad divina. Ella, "por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada sobre todos los ángeles y los hombres" [6]. Por ti, Virgen María, han llegado a su cumplimiento los oráculos de los profetas que anunciaron a Cristo: siendo Virgen, concebiste al Hijo de Dios y, permaneciendo virgen, lo engendraste [7].
El Espíritu Santo nos enseña en la Primera lectura de la Misa de hoy que, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley... [8]. Jesús no apareció de pronto en la tierra venido del cielo, sino que se hizo realmente hombre, como nosotros, tomando nuestra naturaleza humana en las entrañas purísimas de la Virgen María. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado eternamente, no hecho, por Dios Padre desde toda la eternidad. En cuanto hombre, nació, "fue hecho", de Santa María. "Me extraña en gran manera -dice por eso San Cirilo- que haya alguien que tenga alguna duda de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. Si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los Santos Padres" [9]. Así lo definió el Concilio de Efeso [10].
"Todas las fiestas de Nuestra Señora son grandes, porque constituyen ocasiones que la Iglesia nos brinda para demostrar con hechos nuestro amor a Santa María, -comenta Mons. Escrivá de Balaguer-. Pero si tuviera que escoger una, entre esas festividades -añade-, prefiero la de hoy; la Maternidad divina de la Santísima Virgen [...].
"Cuando la Virgen respondió que sí, libremente, a aquellos designios que el Creador le revelaba, el Verbo divino asumió la naturaleza humana: el alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza divina y la humana se unían en una única Persona: Jesucristo, verdadero Dios y, desde entonces, verdadero Hombre; Unigénito eterno del Padre y, a partir de aquel momento, como Hombre, hijo verdadero de María: por eso Nuestra Señora es Madre del Verbo encarnado, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que ha unido a sí para siempre -sin confusión- la naturaleza humana. Podemos decir bien alto a la Virgen Santa, como la mejor alabanza, esas palabras que expresan su más alta dignidad: Madre de Dios" [11].
A Nuestra Señora le será muy grato que en el día de hoy le repitamos, a modo de jaculatoria, las palabras del Avemaría: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

II. "Nuestra Madre Santísima" es un título que damos frecuentemente a la Virgen, y que nos es especialmente querido y consolador. Ella es verdaderamente Madre nuestra, porque nos engendra continuamente a la vida sobrenatural.
"Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia" [12].
Esta maternidad de María "perdura sin cesar... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada" [13].
Jesús nos dio a María como Madre nuestra en el momento en que, clavado en la cruz, dirige a su Madre estas palabras: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre [14].
"Así, de un modo nuevo, ha legado su propia Madre al hombre: al hombre a quien ha transmitido el Evangelio. La ha legado a todo hombre... Desde aquel día toda la Iglesia la tiene como Madre. Y todos los hombres la tienen como Madre. Entienden como dirigidas a cada uno las palabras pronunciadas desde la Cruz" [15].
Jesús nos mira a cada uno: He ahí a tu madre, nos dice. Juan la acogió con cariño y cuidó de Ella con extremada delicadeza, "la introduce en su casa, en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre (Monstra te esse Matrem. Himno litúrgico Ave maris stella)" [16]. Al darnos Cristo a su Madre por Madre nuestra, manifiesta el amor a los suyos hasta el fin [17]. Al aceptar la Virgen al Apóstol Juan como hijo suyo muestra Ella su amor de Madre con todos los hombres.
Ella ha influido de una manera decisiva en nuestra vida. Cada uno tiene su propia experiencia. Mirando hacia atrás vemos su intervención detrás de cada dificultad para sacarnos adelante, el empujón definitivo que nos hizo recomenzar de nuevo. "Cuando me pongo a considerar tantas gracias como he recibido de María Santísima, me parece ser como uno de esos santuarios marianos en cuyas paredes, recubiertas de exvotos, sólo se lee esta inscripción: "Por gracia recibida de María". Así me parece que estoy yo escrito por todas partes: "Por gracia recibida de María".
"Todo buen pensamiento, toda buena voluntad, todo buen sentimiento de mi corazón: "Por gracia de María"" [18].
Podríamos preguntarnos en esta fiesta de Nuestra Señora si la hemos sabido acoger como San Juan [19], si le decimos muchas veces, Monstra te esse matrem! ¡Muestra que eres Madre!, demostrando con nuestras obras que deseamos ser buenos hijos suyos.

III. La Virgen cumple su misión de Madre de los hombres intercediendo continuamente por ellos cerca de su Hijo. La Iglesia le da a María los títulos de "Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora" [20], y Ella, con amor maternal, se encarga de alcanzarnos gracias ordinarias y extraordinarias, y aumenta nuestra unión con Cristo. Es más, "dado que María ha de ser justamente considerada como el camino por el que somos conducidos a Cristo, la persona que encuentra a María no puede menos de encontrar a Cristo igualmente" [21].
La devoción filial a María es, pues, parte integrante de la vocación cristiana. En todo momento, hemos de recurrir, como por instinto, a Ella, que "consuela nuestro temor, aviva nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestros temores y anima nuestra pusilanimidad" [22].
Es fácil llegar hasta Dios a través de su Madre. Todo el pueblo cristiano, sin duda por inspiración del Espíritu Santo, ha tenido siempre esa certeza divina. Los cristianos han visto siempre en María un atajo -"senda por donde se abrevia el camino"- para llegar ante el Señor.
Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentarla intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida [23].
Con esta solemnidad de Nuestra Señora comenzamos un nuevo año. En verdad no puede haber mejor comienzo del año -y de todos los días de nuestra vida- que estando muy cerca de la Virgen. A Ella nos dirigimos con confianza filial, para que nos ayude a vivir santamente cada día del año; para que nos impulse a recomenzar si, porque somos débiles, caemos y perdemos el camino; para que interceda ante su divino Hijo a fin de que nos renovemos interiormente y procuremos crecer en amor de Dios y en servicio a nuestro prójimo. En las manos de la Virgen ponemos los deseos de identificarnos con Cristo, de santificar la profesión, de ser fieles evangelizadores. Repetiremos con más fuerza su nombre cuando las dificultades arrecien. Y Ella, que está siempre pendiente de sus hijos, cuando oiga su nombre en nuestros labios, vendrá con prisa a socorrernos. No nos dejará en el error o en el desvarío.
En el día de hoy, cuando contemplemos alguna imagen suya, le podemos decir, al menos mentalmente, sin palabras, ¡Madre mía!, y sentiremos que nos acoge y nos anima a comenzar este nuevo año que Dios nos regala, con la confianza de quien se sabe bien protegido y ayudado desde el Cielo.

(1) MISAL ROMANO, Prefacio de la Maternidad de la Virgen María .
(2) Antífona de entrada de la Misa .
(3) Antífona 3 de Laudes .
(4) Lc 1, 28.
(5) Lc 1, 48.
(6) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 63.
(7) Antífona Magnificat del 27 de diciembre .
(8) Ga 4, 4.
(9) SAN CIRILO DE ALEJANDRIA, Carta1, 27 - 30.
(10) Dz - Sch, 252.
(11) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 274.
(12) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 61.
(13) Ibídem, 62.
(14) Jn 19, 26 - 27.
(15) JUAN PABLO II, Audiencia general, 10 - I - 1979.
(16) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 140.
(17) Cfr. Jn 13, 1.
(18) MASSERANO, Vita di San Leonardo da Porto Maurizzio,2, 4.
(19) Cfr. Jn 19, 27.
(20) CONC. VAT. II, Ibídem, 62.
(21) PABLO VI, Enc. Mense Maio, 29 - IV - 1965.
(22) SAN BERNARDO, Hom. en la Natividad de la B. Virgen María, 7.
(23) Oración colecta de la Misa.

Haced lo que Él os diga

 
 Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización. (Papa Francisco, Ex. Ap. Evangeliii Gaudium n. 284).

Mirando a María tratamos en esta misión de ver y gustar el mandato del Señor: "Id al mundo entero y anunciad el Evangelio"

– El milagro de Caná. La Virgen es llamada omnipotencia suplicante.
– La conversión del agua en vino. Nuestras tareas también se pueden convertir en gracia: hacerlas acabadamente.
– Generosidad de Jesús. Siempre nos da más de lo que pedimos.

I. En Caná tiene lugar una boda. Esta ciudad está a poca distancia de Nazaret, donde vive la Virgen. Por amistad o relaciones familiares se encuentra Ella presente en la pequeña fiesta. También Jesús ha sido invitado a la boda con sus primeros discípulos.
Era costumbre que las mujeres amigas de la familia preparasen todo lo necesario. Comenzó la fiesta y, por falta de previsión o por una inesperada afluencia de invitados, faltó el vino. La Virgen, que presta su ayuda, se da cuenta de que el vino escasea. Allí está Jesús, su Hijo y su Dios; acaba de inaugurarse públicamente la predicación y el ministerio del Mesías. Ella lo sabe mejor que ninguna otra persona. Y tiene lugar este diálogo lleno de ternura y sencillez entre la Madre y el Hijo, que nos presenta el Evangelio [1]: La Madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Pide sin pedir, expone una necesidad: no tienen vino. Nos enseña a rogar.

Jesús le respondió: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora.
Parece como si Jesús fuera a negarle a María lo que le pide: no ha llegado mi hora, le dice.
Hay un cruce de miradas, hablan los corazones. Jesús cede la iniciativa a su Madre. No ha llegado mi hora pero a tí, Madre, no puedo negarte nada.


La Virgen, que conoce bien el corazón de su Hijo, intuye que el Señor esta dispuesto a anticipar su hora ante la petición de su Madre : haced lo que Él os diga, dice a los sirvientes.
María es la Madre atentísima a todas nuestras necesidades, como no lo ha estado ni lo estará ninguna madre sobre la tierra. El milagro tendrá lugar porque la Virgen ha intercedido; sólo por esa petición.

"¿Por qué tendrán tanta eficacia los ruegos de María ante Dios? Las oraciones de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones de Madre, de donde procede su eficacia y carácter de autoridad; y como Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede rogar sin ser atendida (...). Nadie pide a la Santísima Virgen que interceda ante su Hijo en favor de los consternados esposos. Con todo, el corazón de María, que no puede menos que compadecer a los desgraciados (...), la impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al Hijo el milagro, a pesar de que nadie se lo pidiera (...). Si la Señora obró así sin que se lo pidieran, ¿qué hubiera sido si le rogaran?" [2]. ¿Qué no hará cuando -¡tantas veces a lo largo del día!- le decimos "ruega por nosotros"? ¿Qué no conseguiremos si nos empeñamos en acudir a Ella una y otra vez?
Omnipotencia suplicante. Así ha llamado la piedad cristiana a nuestra Madre Santa María, porque su Hijo es Dios y nada puede negarle [3]. Ella está siempre pendiente de nuestras necesidades espirituales y materiales; desea, incluso más que nosotros mismos, que no cesemos de implorar su intervención ante Dios en favor nuestro. Y nosotros, ¡tan necesitados y tan remisos en pedir!, ¡tan desconfiados y tan poco pacientes cuando lo que pedimos parece que tarda en llegar!
¿No tendríamos que acudir con más frecuencia a Nuestra Señora? ¿No deberíamos poner más confianza en la petición, sabiendo que Ella nos alcanzará lo que nos es más necesario? Si consiguió de su Hijo el vino, que no era absolutamente necesario, ¿no va a remediar tantas necesidades urgentes como tenemos? "Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en tus manos generosas. Nuestra Madre -¡tu Madre!- a estas horas, como en Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!... Yo creo en Ti, espero en Ti, Te amo, Jesús: para mí, nada; para ellos" [4].

II. Dos veces llama San Juan Madre de Jesús a la Virgen. La siguiente ocasión será en el Calvario [5]. Entre los dos acontecimientos -Caná y el Calvario- hay diversas analogías. Uno está situado al comienzo y el otro al final de la vida pública de Jesús, como para indicar que toda la obra del Señor está acompañada por la presencia de María. Ambos episodios señalan la especial solicitud de Santa María hacia los hombres; en Caná intercede cuando todavía no ha llegado la hora [6]; en el Calvario ofrece al Padre la muerte redentora de su Hijo, y acepta la misión que Jesús le confiere de ser Madre de todos los creyentes [7].

"En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto concreto de la indigencia humana, aparentemente pequeño y de poca importancia: "No tienen vino". Pero esto tiene un valor simbólico. El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción en el radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico de Cristo. Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone "en medio", o sea, hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien "tiene el derecho de"- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres" [8].

Dijo su Madre a los sirvientes: Haced lo que Él os diga. Y los sirvientes obedecieron con prontitud y eficacia: llenaron seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones, como les dijo el Señor. San Juan indica que las llenaron hasta arriba.

Sacad ahora, les dice el Señor, y llevádselo al mayordomo. Y el vino es el mejor que cualquiera de los que han bebido los hombres.

Como el agua, también nuestras vidas eran insípidas y sin sentido, hasta que Jesús ha llegado a nosotros. Él transforma nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas; hasta la muerte es distinta junto a Cristo. El Señor sólo espera que realicemos nuestros deberes usque ad summum, hasta arriba, acabadamente, para que Él realice el milagro. Si quienes trabajan en la Universidad, y en los hospitales, y en las tareas del hogar, y en las finanzas, y en las fábricas..., lo hicieran con perfección humana y con espíritu cristiano, mañana nos levantaríamos en un mundo distinto. El Señor convierte en vino riquísimo nuestras labores y trabajos, que de otra manera permanecen sobrenaturalmente estériles. El mundo sería entonces una fiesta de bodas, un lugar más habitable y digno del hombre, en el que la presencia de Jesús y de María imprimen un gozo especial.

Llenad de agua las tinajas, nos dice el Señor. No dejemos que la rutina, la impaciencia, la pereza, dejen a medio realizar nuestros deberes diarios. Lo nuestro es poca cosa; pero el Señor quiere disponer de ello. Pudo Jesús realizar igualmente el milagro con las tinajas vacías, pero quiso que los hombres cooperaran con su esfuerzo y con los medios a su alcance. Luego Él hizo el prodigio, por petición de su Madre.

¡Qué alegría la de aquellos servidores obedientes y eficaces cuando vieron el agua transformada en vino! Son testigos silenciosos del milagro, como los discípulos del Maestro, cuya fe en Jesús quedó confirmada. ¡Qué alegría la nuestra cuando, por la misericordia divina, contemplemos en el Cielo todos nuestros quehaceres convertidos en gloria!

III. Jesús no nos niega nada; y de modo particular nos concede lo que solicitemos a través de su Madre. Ella se encarga de enderezar nuestros ruegos si iban algo torcidos, como hacen las madres. Siempre nos concede más, mucho más de lo que pedimos, como ocurre en aquella boda de Caná de Galilea. Hubiera bastado un vino normal, incluso peor del que se había ya servido, y muy probablemente hubiera sido suficiente una cantidad mucho menor.

San Juan tiene especial interés en subrayar que se trataba de seis tinajas de piedra con capacidad de dos o tres metretas cada una, para poner de manifiesto la abundancia del don, como hará igualmente cuando narre el milagro de la multiplicación de los panes [9], pues una de las señales de la llegada del Mesías era la abundancia.

Los comentaristas calculan que el Señor convirtió en vino una cantidad que oscila entre 480 y 720 litros, según la capacidad de estas grandes vasijas judías [10]. ¡Y del mejor vino! Así también en nuestra vida. El Señor nos da más de lo que merecemos y mejor.

Aquellos primeros discípulos, entre los que se encuentra San Juan, están asombrados. El milagro sirvió para que dieran un paso adelante en su fe primeriza. Jesús los confirmó en la fe, como hace con quienes le han seguido.

Haced lo que Él os diga. Son las últimas palabras de Nuestra Señora en el Evangelio. No podían haber sido mejores.

(1) Cfr. Jn 2, 1 - 12.
(2) San Alfonso María de Ligorio, Sermones abreviados, Sermón 48: De la confianza en la Madre de Dios .
(3) Cfr. Juan Pablo II, Homilía en el Santuario de Pompeya, 21 - X - 1979, nn. 4 - 6.
(4) San Josemaría Escrivá, Forja, n. 807.
(5) Cfr. Jn 19, 25.
(6) Cfr. Jn 2, 4.
(7) Cfr. CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 58.
(8) Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 20.
(9) Jn 6, 12 - 13.
(10) SAGRADA BIBLIA, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Jn 2, 6.


9 Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas

Día noveno
La Inmaculada

Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (Apc 12, 1)


             La Virgen en el misterio de Cristo

                Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas[1]. Son palabras que la Liturgia pone en labios de Nuestra Señora en esta Solemnidad, y expresan el cumplimiento de la antigua profecía de Isaías.


                Todo cuanto de hermoso y bello se puede decir de una criatura, se lo cantamos hoy a nuestra Madre del Cielo. «Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo la naturaleza.  Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la justicia.  Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un poderoso salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la esperanza a los pueblos»[2], canta un antiguo Padre de la Iglesia.

                Tampoco en esta ocasión quiso Dios hacer una excepción a su habitual modo de actuar. Deseó una vez más mostrar que tiene especial benevolencia por los pobres y los sencillos, por los humildes. Lo hizo a través de la dulce aparición de la Virgen María a una muchacha sin letras en el año 1858. Bernardette, que así se llamaba, llegó a ver a la hermosa Señora un total de 18 ocasiones. La última vez que se le hizo presente en la gruta de Massabielle tuvo a bien revelar su nombre, que la niña escuchó en el dialecto local: yo soy la Inmaculada Concepción.

                Bernardette no comprendió en absoluto lo que significaban aquellas palabras; el sacerdote de su pueblo, en cambio, sí las entendió, y se quedó hondamente impresionado. El ocho de diciembre de 1954, apenas cuatro años antes de la aparición, el papa Pío IX había declarado un nuevo dogma mariano. Junto con la Maternidad divina de María (María es la Madre de Dios) y su perpetua Virginidad (antes, durante y después del parto), se enunciaba como verdad de fe que la Virgen María jamás conoció el pecado, ni siquiera el original, del cual Dios la guardó para ser digna morada de su Hijo eterno. Como todos los dogmas, no se trataba de una verdad nueva: la Iglesia, en su recorrido por la historia, había comprendido poco a poco que tenía que ser así. Bien sabían los cristianos que la Virgen es limpia, máxima belleza y todo amor.

                ¿Qué significa este misterioso nombre con que la Virgen reveló algo de su propia identidad y que la Iglesia había reconocido oficialmente algunos años antes? Nosotros lo celebramos hoy, solemnidad de la Inmaculada Concepción, pero... ¿qué interés tiene para nosotros?

                La Trinidad Santa, queriendo salvar a la humanidad, determinó la elección de María para Madre del Hijo de Dios hecho Hombre.  Más aún: quiso Dios que María fuera unida con un solo vínculo indisoluble, no sólo al nacimiento humano y terrenal del Verbo, sino también a toda la obra de la Redención que Él llevaría a cabo.  En el plan salvador de Dios, María está siempre unida a Jesús, perfecto Dios y hombre perfecto, Mediador único y Redentor del género humano. «Fue predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la Encarnación del Verbo, por disposición de la Divina Providencia»[3].

                Por esta elección admirable y del todo singular, María, desde el primer instante de su ser natural, quedó asociada a su Hijo en la Redención de la humanidad.  Ella es la mujer de la que nos habla el Génesis en la Primera lectura de la Misa[4].  Después de cometido el pecado de origen, dijo Dios a la serpiente: Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya.  María es la nueva Eva, de la que nacerá un nuevo linaje, que es la Iglesia. 

                En razón de esta elección, la Virgen Santísima recibió una plenitud de gracia mayor que la concedida a todos los ángeles y santos juntos, como correspondía a la Madre del Salvador. María está en un lugar singular y único entre Dios y los hombres.  Ella ocupa después de Cristo el lugar más alto y más cercano a nosotros ; es el ejemplar acabado de la Iglesia, modelo de todas las virtudes, a la que hemos de mirar para tratar de ser mejores.  Es tan grande su poder salvador y santificador que, por gracia de Cristo, cuanto más se difunde su devoción, más atrae a los creyentes hacia su Hijo y hacia el Padre[5] .

                En Ella, purísima, resplandeciente, fijamos nuestros ojos, «como en la Estrella que nos guía por el cielo oscuro de las expectativas e incertidumbres humanas, particularmente en este día, cuando sobre el fondo de la liturgia del Adviento brilla esta solemnidad anual de tu Inmaculada Concepción y te contemplamos en la eterna economía divina como la Puerta abierta, a través de la cual debe venir el Redentor del mundo»[6].

                El trato con la Virgen ha sido esencial para la conversión de innumerables personas. Jim Caviezel se convirtió gracias a una peregrinación al santuario de Medjugorje. Su esposa le animó a hablar con Iván, un joven que venía de ese santuario mariano. Este le habló con claridad: “Jim, el hombre siempre encuentra tiempo para aquello que ama. Si alguien que no tiene nunca tiempo conoce a una chica y se enamora de ella, siempre encontrará tiempo para ella. La gente no tiene tiempo para Dios porque no le aman. Dios te está invitando a rezar con el corazón”. Jim le preguntó: - “¿Cómo se supone que he de hacerlo?” Le contestó Iván:- “Empezando a rezar”.  Su conversión se inició cuando empezó a rezar el Rosario. El relato de su conversión finaliza así: “Experimenté la poderosa oración que es el Rosario y el regalo que tenemos cuando vamos a la Santa Misa cada día”.

                Plenitud de gracia de María


                Esta preservación del pecado en Nuestra Señora es, en primer lugar, plenitud de gracia del todo singular y cualificada; la gracia, en María -enseñan los teólogos-, se adelantó a la naturaleza.  En Ella todo volvía a tener su sentido primitivo y la perfecta armonía querida por Dios.  El don por el que careció de toda mancha le fue concedido a modo de preservación de algo que no se contrae.  Fue exenta de todo pecado actual, no tuvo ninguna imperfección -ni moral, ni natural-, no tuvo inclinación alguna desordenada, ni pudo padecer verdaderas tentaciones internas; no tenía pasiones descontroladas; no sufrió los efectos de la concupiscencia.  Jamás estuvo sujeta al diablo en cosa alguna. 

                La Redención alcanzó también a María y actuó en Ella, pues recibió todas las gracias en previsión de los méritos de Cristo.  Dios preparó a la que iba a ser la Madre de su Hijo con todo su Amor infinito. «¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra?  Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias.  Eso hizo Cristo: siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor (Dios es amor, 1 Jn 4, 8), su poder realizó todo su querer»[7].

                «Inmaculada Concepción: también nosotros repetimos hoy con conmoción ese nombre misterioso»[8], decía en el año 2008 el papa Benedicto XVI en la plaza de España en Roma. «En la fiesta de hoy, tan arraigada en el pueblo cristiano, esta expresión brota del corazón y aflora a los labios como el nombre de nuestra Madre celestial»[9]. María es, sobre todo, sin pecado concebida: dulzura, amor y confianza en el Dios altísimo.

                «Como un hijo alza los ojos al rostro de su mamá y, viéndolo sonriente, olvida todo miedo y todo dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en ella la sonrisa de Dios, el reflejo inmaculado de la luz divina; encontramos en ella nueva esperanza incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo»[10].

                La Virgen sin pecado es para nosotros la sonrisa de Dios, que nos recuerda que vale la pena hacer de nuestras vidas un bonito reflejo de la luz de Dios. ¡María!, queremos decirle, muestra que eres madre.

                No desconocía el Papa que esas rosas que ofrecía a la Virgen –y que, en el fondo, son las flores de nuestra entrega– están cargadas de espinas. «En los tallos de estas estupendas rosas blancas, no faltan tampoco las espinas, que para nosotros representan las dificultades, los sufrimientos, los males que han marcado y marcan la vida de las personas y de nuestras comunidades. A la Madre se presentan las alegrías, pero se le confían también las preocupaciones, seguros de encontrar en ella fortaleza para no abatirse y apoyo para seguir adelante».[11]

                Es muy posible que no solo nuestros pecados y dificultades, sino también la crisis de las familias y la ausencia de moralidad de nuestra sociedad roben algo de nuestra mermada esperanza. Pero tanto en tiempos de aquel santo como ahora una sola receta ha brotado de los labios del creyente: cuando tu ánimo caiga, cuando la esperanza falte, acude sincero a tu Madre del cielo. Ella no dejará de escucharte.

                En un país africano unos padres vivían el mes de mayo con sus hijos. Al final de cada jornada se congregaba la familia alrededor de una imagen de la Virgen. Rezaban una oración todos juntos y cada hijo dejaba un papel doblado que contenía sus ofrecimientos de ese día a María. Uno de los días el pequeño de cinco años tuvo un día catastrófico. Se peleó con sus hermanos. Se portó mal en el colegio, rompió varias cosas... Al final del día la madre comprobó, asombrada, que su hijo había dejado su papel a los pies de la imagen de nuestra Señora. No pudo resistir la curiosidad y, más tarde, abrió el papel arrugado y leyó emocionada:
Hoy, Madre, todo lo he hecho mal. Perdóname.

                El inefable amor y la limpieza de alma con que María esperó a su Hijo, es un modelo de cómo debemos prepararnos para el encuentro del Señor que viene.[12]

                El pecado no sólo corrompe al hombre y lo aleja de Dios, sino que lo convierte en alguien socialmente peligroso, como recuerda el Vaticano II: "las mutilaciones, las torturas morales o físicas, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes..., estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana".[13] Sin embargo Dios no abandona al hombre y una Mujer nacerá sin esta mancha y mantendrá una enemistad perpetua con el autor del mal a quien, finalmente, le aplastarán la cabeza. Es lo que celebra hoy la Iglesia.

                Desde esta fiesta grande divisamos ya la proximidad de la Navidad.  La Iglesia ha querido que ambas fiestas estén cercanas. «Del mismo modo que el primer brote verde señala la llegada de la primavera en un mundo helado y que parece muerto, así en un mundo manchado por el pecado y de gran desesperanza esa Concepción sin mancha anuncia la restauración de la inocencia del hombre.  Así como el brote nos da una promesa cierta de la flor que de él saldrá, la Inmaculada Concepción nos da la promesa infalible del nacimiento virginal (... ). Aún era invierno en todo el mundo que la rodeaba, excepto en el hogar tranquilo donde Santa Ana dio a luz a una niña.  La primavera había comenzado allí»[14].  La nueva Vida se inició en Nuestra Madre en el mismo instante en que fue concebida sin mancha alguna y llena de gracia.

                Tratar a María


                Tota pulchra es, Maria, eres toda hermosa, María, y no hay mancha alguna de pecado en Ti.
                La Virgen Inmaculada será siempre el ideal que debemos imitar. Ella es modelo de santidad en la vida ordinaria, en lo corriente, sin llamar la atención, sabiendo pasar oculta. Para imitarla es necesario tratarla. Durante estos días de la Novena hemos procurado, con Ella, dar un paso hacia adelante.  Ya no la podemos dejar; sobre todo, porque Nuestra Madre no nos deja.

                Aquella profecía que un día hiciera la Virgen, Me llamarán bienaventurada todas las generaciones...[15], la estamos cumpliendo ahora nosotros y se ha cumplido al pie de la letra a través de los siglos-. poetas, intelectuales, artesanos, reyes y guerreros, hombres y mujeres de edad madura y niños que apenas han aprendido a hablar; en el campo, en la ciudad, en la cima de un monte, en las fábricas y en los caminos, en situaciones de dolor y de alegría, en momentos trascendentales (¡cuántos millones de cristianos han muerto con el dulce nombre de María en sus labios o en su pensamiento!), se ha invocado y se llama a Nuestra Señora todos los días. 

                Sin duda ha sido el Espíritu Santo quien ha enseñado, en todas las épocas, que es más fácil llegar al Corazón del Señor a través de María.  Por eso, hemos de hacer el propósito de tratar siempre a la Virgen, de caminar por ese atajo que abrevia el camino para llegar a Cristo: «Conservad celosamente ese tierno y confiado amor a la Virgen- nos dice el Beato Juan Pablo II-  No lo dejéis nunca enfriar (... ). Sed fieles a los ejercicios de piedad mariana tradicionales en la Iglesia: la oración del Angelus, el mes de María y, de modo muy especial, el Rosario»[16].

                A principios del siglo XVI el arquitecto Bramante envío por medio de su hijo a Julio II los planes de la futura cúpula de San Pedro. El Papa se entusiasmó al ver los planos de aquella cúpula extraordinaria y para premiar al chico le condujo a un cofre que contenía monedas de oro y le dijo sonriendo: Mete la mano y agarra cuántas monedas puedas. El jovencito se frenó en su primer impulso y le dijo al Pontífice: Santidad meta usted la mano en mi lugar, que la tiene más grande.

                María, llena de gracia y de esplendor, la que es bendita entre todas las mujeres, es también nuestra Madre.  Una manifestación de amor a Nuestra Señora es llevar una imagen suya en la cartera o en el bolso; es multiplicar discretamente sus imágenes a nuestro alrededor, en nuestras habitaciones, en el coche, en el despacho o en el lugar de trabajo.  Nos parecerá natural invocarla, aunque sea sin palabras.

                Si cumplimos nuestro propósito de acudir con más frecuencia a Ella, desde el día de hoy, comprobaremos en nuestras vidas que «Nuestra Señora es descanso para los que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos, puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce alivio de los tristes, socorro de los que rezan»[17].




[1] Antífona de entrada.  Is 61, lo
[2] SAN ANDRÉS [)E CRETA, Homilía 1 en la Naiividad de la Santísima Madre de Dios.
[3] CONC. VAT. ll, Const.  Lumen gentium, 61
[4] Gen 3, 9-15
[5] Const.  Lumen gentium, 54, 63, 65
[6] Beato Juan Pablo II, Alocución 8-XII-1982
[7] San Josemaría, , Es Cristo que pasa, 171
[8] Benedicto XVI, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Lunes 8 de diciembre de 2008.
[9] Ibíd.
[10] Ibíd.
[11] Ibíd.
[12] Pablo VI, Marialis Cultus. 3-4
[13] Vaticano II, Gaudium et Spes, 27
[14] R. A. Knox, Tiempos y fiestas del año litúrgico, p. 298.
[15] Cfr.  Lc 2, 48
[16] Beato Juan Pablo II, Homilía 12-X-1980
[17] SAN JUAN DAMASCENO, Homilía en la Dormición de la B. Virgen María.