El Papa, en la sinagoga de Roma

Los Diez Mandamientos

Con esta misma confianza, el Santo Padre, que no escondió su emoción ante la cálida acogida que le brindó la comunidad judía (su discurso fue interrumpido en diez ocasiones por los aplausos), también fue claro al destacar «la acción de socorro, a menudo oculta y discreta», desarrollada por la Santa Sede en tiempos de Pío XII.
Ahora bien, al igual que sus interlocutores, no dejó que las divergencias de análisis sobre el pasado empañen el futuro. Para recorrer ese camino, presentó el Decálogo, los Diez Mandamientos recibidos por Moisés, como «la antorcha de la ética, de la esperanza y del diálogo, la estrella polar de la fe y de la moral del pueblo de Dios».

Los Diez Mandamientos, según el Papa, plantean tres campos en los que el testimonio común de judíos y cristianos es necesario. En primer lugar, el Papa defendió la necesidad de «dar testimonio del único Dios: un servicio precioso que judíos y cristianos pueden ofrecer juntos, en nuestro mundo, en el que muchos no conocen a Dios». En segundo lugar, añadió, los Diez Mandamientos comprometen al «respeto y protección de la vida contra toda injusticia y abuso, reconociendo el valor de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios». Esto exige, por último, «conservar y promover la santidad de la familia, y vivir una generosidad especial con los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los enfermos, los débiles, los necesitados».

Cuando el Papa atravesaba el río Tíber, para regresar de la sinagoga al Vaticano, los participantes eran conscientes de haber vivido un momento histórico. El Presidente de Israel, desde Jerusalén, en declaraciones a la televisión, dijo: «Este Papa se comporta con gran respeto, y confío en él».