La nueva disposición, menos crédula, en la opinión pública, es una oportunidad para que se imponga la mesura en la información sobre el calentamiento de la Tierra
El tono del debate público en torno al cambio climático ha cambiado claramente desde que se sacó a la luz la correspondencia electrónica entre científicos almacenada en la Climate Research Unit (CRU) de la Universidad de East Anglia (cfr. Aceprensa, 1-12-2009). Varios comunicantes son luminarias de la climatología, en cuyos estudios se basan buena parte de las conclusiones comúnmente aceptadas acerca del calentamiento de la Tierra, su origen humano y sus consecuencias futuras. Pero en algunos mensajes aparentaban ocultar datos desfavorables y apañar cálculos para no dar munición al “enemigo”, los “climaescépticos”, descritos a veces en términos poco corteses.
Antes, los especialistas partidarios de la tesis de que el clima está cambiando por efecto de la actividad humana –y por tanto es necesario consumir menos combustibles fósiles– tenían todo el crédito, excepto de una minoría recalcitrante. Ahora, levantada la veda con el robo y difusión de los mensajes (operación en sí misma inmoral), se los ha bajado del pedestal y puesto bajo sospecha.
Acusaciones
A Rajendra Pachauri, presidente del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), se le acaba de acusar de conflicto de intereses por su trabajo de asesor para empresas relacionadas con la energía. Él mismo no recibe pago, pero sí el Energy and Resources Institute que fundó y preside, y del que recibe un salario (su cargo en el IPCC no es remunerado). En su defensa, Pachauri alega que su cometido en el IPCC le exige difundir en el sector los estudios del Panel. Sus críticos sostienen que debería tener dedicación exclusiva y retribución a cargo de la ONU.
También se han denunciado dos falsedades en el último informe del IPCC, Climate Change 2007 (publicado en 2008). Una es haberse apoyado en un estudio que apreciaba un aumento de las pérdidas económicas a causa de fenómenos meteorológicos extremos; pero eso era una conclusión preliminar, que después los autores no han mantenido. Otra es haber suscrito una predicción, tomada de una fuente no académica, de que los glaciares del Himalaya habrán desaparecido en 2035. El IPCC ha reconocido un error suyo en el segundo caso, pero en cuanto al primero replica que el informe no dice lo que se le atribuye (cfr. Aceprensa, 29-01-2010).
Es curioso que esas revelaciones en torno al IPCC hayan aparecido ahora y una tras otra en menos de un mes, pues ninguna se refiere a asuntos recientes. Pachandra está al frente del IPCC desde el principio (2002), y cuando fue nombrado llevaba veinte años trabajando en su instituto. El libro donde se ha encontrado la rectificación de los cálculos de pérdidas económicas está en el mercado desde hace más de un año.
El error sobre el Himalaya fue detectado por Georg Kaser, un glaciólogo de Innsbruck, antes de que se publicase el informe del IPCC; pero sus advertencias no fueron escuchadas porque no las mandó por el cauce previsto. Por un lado, las sospechas han llevado a algunos a hurgar en busca de trapos sucios; por otro, parece como si antes del caso del e-mail en la CRU nadie se molestara en hacer comprobaciones.
Ya no es así. La Universidad de East Anglia ha emprendido una investigación para determinar si realmente los documentos extraídos revelan tergiversaciones u otras malas prácticas, y ha encargado a la Royal Society una revisión independiente de los trabajos publicados por los miembros de la CRU. Otro de los principales implicados en el mismo caso, el norteamericano Michael Mann, ha sido investigado y absuelto de manipulación y ocultamiento de información por un comité de ética de su universidad, la Estatal de Pensilvania, aunque un segundo comité lo examinará por otro cargo menor: si por actuación imprudente ha causado desprestigio a la ciencia del cambio climático.
Cambio climático en la opinión pública
De todas formas, como varios científicos han dicho contra las acusaciones de los escépticos, ni los pocos errores comprobados ni las faltas de ética denunciadas, si en verdad ha habido alguna, invalidan el consenso mayoritario de los especialistas sobre el cambio climático, sus causas y sus previsibles consecuencias, recogido en el informe del IPCC. En el plano científico, todo sigue igual.
Lo que ha cambiado es el clima. Parece haber en todo esto una especie de venganza de los escépticos, pero también es otra la disposición del público, que antes no les solía conceder tanto crédito. Según una encuesta de Populus publicada el 7 de febrero, tras el affaire East Anglia los electores británicos de acuerdo con la tesis de que se está produciendo un cambio climático causado por la actividad humana han pasado del 41% al 26%; los que no creen en el cambio climático casi los igualan ya, pues han subido del 15% al 25%.
Sin embargo, no ha influido solo la difusión de los mensajes robados de East Anglia. Un mes antes, un sondeo del Pew Reasearch Center en Estados Unidos mostraba la siguiente evolución de las opiniones de la gente sobre el cambio climático entre abril de 2008 y octubre de 2009: la convicción de que hay pruebas firmes del calentamiento de la Tierra, bajó del 71% al 57%; la de que las temperaturas suben por causas humanas, del 47% al 36%.
En el Eurobarómetro publicado en septiembre último, los ciudadanos de la UE para quienes el cambio climático era el problema mundial más grave habían bajado al 50% desde el 62% un año antes. En Australia, una encuesta del Lowy Institute reveló en julio que los electores dispuestos a aceptar “costes significativos” para frenar el cambio climático, que en 2006 eran el 68%, ya no pasan del 48%.
La crisis económica pesa en este cambio de perspectiva. Pero probablemente se da también una reacción contra el prolongado martilleo a que ha sido sometida la opinión pública con afirmaciones contundentes sobre el cambio climático, predicciones apocalípticas sobre sus consecuencias y recetas maximalistas para detenerlo.
Desde 2050 habrá 365.000 muertes adicionales al año por efecto del calor, publicó el IPCC; en el siglo XXI, el nivel de los mares subirá 6,1 metros, advertía Al Gore. Ha sido un continuo alud de números redondos y juicios sumarios, mientras las cautelas y los matices quedaban sepultados en la letra pequeña de informes y estudios, no fueran a servir de gasolina a los escépticos o debilitar la adhesión del pueblo sencillo a la causa. Así, al que no suscribía las certezas proclamadas se llegó a equipararlo con los negadores del Holocausto.
Retorno de la modestia
Ahora, en cambio, se empieza a oír que la ciencia no es infalible, que proponer y descartar hipótesis es lo normal en ella, con una modestia popperiana que antes no era tan común en esta materia. En un artículo para El País (4-02-2010), el especialista español Cayetano López (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas), subraya que los datos comprobados sobre el cambio climático (evolución de la temperatura, de la concentración de CO2, de los ciclos vegetativos de las plantas, de los glaciares...) siguen en pie.
En cambio, añade, “las predicciones sobre el tiempo en que se alcanzará tal o cual temperatura, o en que se derretirá tal o cual masa de hielo, o en las inundaciones o sequías en tal o cual región, son discutibles y están sujetas a la incertidumbre propia de un sistema tan complejo como el clima”. Por tanto, “se equivocan quienes insisten sobre predicciones concretas a 50 ó 100 años vista, seguramente para enfatizar los peligros potenciales del cambio climático, porque no es probable que sean precisas”.
Como ese énfasis ha sido tan frecuente, hoy, cuando la gente ha descubierto que el rey está desnudo, el riesgo es que atribuya también a las observaciones la incertidumbre que tienen las predicciones. En este invierno boreal, más crudo de lo acostumbrado, los escépticos blanden el frío y la copiosa nieve contra el cambio climático. Los científicos replican que ni un invierno glacial ni un verano tórrido demuestran nada, ni a favor ni en contra, del cambio climático, que es una tendencia de decenios o más bien siglos.
Así es. Pero en Una verdad incómoda, Al Gore aduce la extraordinaria ola de calor en Europa en el verano de 2003 como muestra de que la Tierra se calienta, y ¿cuántos se adelantaron a desmentirle, fuera de los escépticos? Como en el cuento de Pedro y el lobo, los que durante años no quisieron suministrar matices a la opinión pública son los menos indicados para hacerla hilar fino a partir de ahora.
La actual ola de escepticismo puede ser una buena corrección de las exageraciones pasadas, si no lleva a caer en las contrarias. Hace falta convertir la venganza de los escépticos en el triunfo de la mesura.
RAFAEL SERRANO
ACEPRENSA