PERMANECED EN MI AMOR

ROMA, miércoles 17 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- El cristianismo no consiste tanto en el respeto de las normas exteriores como en penetrar el misterio de Dios, que se sacrificó gratuitamente y que sufrió por amor, y modelar sobre esto nuestro actuar.

Así lo afirmó el pasado viernes 12 el Papa Benedicto XVI, al encontrarse en la Capilla del Seminario Romano Mayor con los alrededor de 200 alumnos seminaristas de la diócesis de Roma – acompañados por sus rectores, directores espirituales y educadores – y con los jóvenes del año propedéutico que están verificando su vocación y la posibilidad de entrar en el seminario el año que viene,

Es tradición que, con ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de la Confianza, patrona del Instituto, que tiene lugar el sábado 13 de febrero, el Papa se encuentre con los seminaristas y cene con ellos.

Este año, por primera vez, se reunieron en el Seminario Romano todos los seminaristas de la diócesis de Roma, incluyendo los del Pontificio Seminario Romano Menor, los del Colegio diocesano Redemptoris Mater, los del Almo Collegio Capranica y los del Seminario de Nuestra Señora del Divino Amor.

El Papa centró la lectio divina en la parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15,1-8), que tiene mucho que ver con el Año Sacerdotal en curso, porque “habla indirecta pero profundamente del sacramento, de la llamada, del estar en la viña el Señor y servidores de su misterio”.

La vid – explicó el Pontífice – es una imagen veterotestamentaria que sirve para indicar al Pueblo de Dios: “Dios plantó una vid en este mundo. Dios cultivó esta vid, su viña, y la ha protegido”.

Al mismo tiempo, prosiguió, “esta imagen de la vid, de la viña, tiene un significado esponsal y es expresión del hecho de que Dios busca el amor de su criatura, que quiere entrar en una relación de amor, en una relación esponsal con el mundo a través del Pueblo elegido por Él”.

Con todo, comentó el Papa, “la historia concreta de este Pueblo es una historia de infidelidad”, que en lugar de “uva preciosa”, generó “solo pequeñas cosas incomestibles”.

De hecho, “esta unidad, esta unión sin condiciones entre el hombre y Dios” no se ha convertido “en la comunión del amor”. Al contrario, “el hombre se encierra en sí mismo, quiere poseerse a sí mismo, quiere tener a Dios para sí, quiere tener el mundo para sí. Y así la viña es devastada” y “se convierte en un desierto”.

Pero “Dios – prosiguió el Papa – se hace hombre y se convierte él mismo en raíz de la vid” y “así la vid es indestructible porque Dios mismo se ha implantado en esta tierra”.

Por eso “el cristianismo no es un moralismo. No somos nosotros quienes debemos hacer lo que Dios espera del mundo”, porque en realidad “debemos, ante todo, entrar en este misterio ontológico en el que Dios se entrega”.

Debemos “estar en Él”, identificarnos con Él, ser “ennoblecidos en su sangre” para “actuar con Cristo”, porque – explicó el Papa – “la ética es consecuencia del ser” y “el ser precede al actuar”. “No es ya una obediencia, una cosa exterior, sino que es realización del don del nuevo ser”.

Vivir en la creatividad del amor de Cristo

Sucesivamente el Papa recordó la invitación dirigida por Jesús a los apóstoles en el contexto de la Última Cena: “amaos como yo os he amado”, comentando que la aquí expresada es “una radicalización del amor al prójimo a imitación de Cristo”.

“Pero también aquí la verdadera novedad no es cuanto hacemos nosotros, la verdadera novedad es cuanto ha hecho el Señor. El Señor nos ha dado a sí mismo”, nos “ha dado la verdadera novedad de ser miembros de su Cuerpo”.

Y por tanto, “la nueva Ley no es otro mandato más difícil que los demás. La nueva Ley es un don”, es la “presencia del Espíritu Santo que nos fue dado en el sacramento del Bautismo, en la Confirmación y que nos es dado cada día en la Santísima Eucaristía”.

“La novedad por tanto es que Dios se ha dado a conocer – añadió –, que Dios se ha mostrado, que Dios ya no es el Dios desconocido, buscado pero no encontrado o sólo adivinado desde lejos”. “Dios se hizo ver en el rostro de Cristo”, “se mostró en su realidad total, ha mostrado que es razón y amor” y así nos ha hecho sus amigos.

“Por desgracia aún hoy – observó el Pontífice – muchos viven alejados de Cristo, no conocen su rostro y así la eterna tentación del dualismo se renueva siempre y quizás no haya sólo un principio bueno sino también un principio del mal”, de modo que lo que domina es la visión de un mundo a merced de “dos realidades igualmente fuertes”.

“También en la teología católica – lamentó – se difunde ahora esta tesis de que Dios no se´ria omnipotente”. Se intenta una especie de “apología de Dios”, según la cual Dios “no sería responsable del mal que encontramos ampliamente en el mundo”.

“Pero qué pobre apología: un Dios no omnipotente”. ¿Y cómo podríamos confiarnos a este Dios, cómo podríamos estar seguros de su amor si este amor acaba donde empieza el poder del mal?”, se preguntó.

“Pero Dios ya no es un desconocido: en el rostro de Cristo crucificado vemos a Dios y vemos la verdadera omnipotencia, no el mito de la omnipotencia”, ese mito alimentado por hombres que conciben el poder como “capacidad de destruir, de hacer mal”.

Al contrario, explicó el Papa, “la verdadera omnipotencia es amar hasta el punto de que Dios puede sufrir” por nosotros.

De ahí que la verdadera justicia ya no se revela más como una “obediencia a algunas normas” sino como “el amor creativo que encuentra de por sí la riqueza y la abundancia del bien”; como el “vivir en la creatividad del amor con Cristo y en Cristo”, de un amor impregnado de “dinamismo”.

Oración y purificación

El Papa pasó a hablar del valor de la oración y de la importancia de invocar de Dios el “don divino”, “la gran realidad”, “para que nos dé su Espíritu de modo que podamos responder a las exigencias de la vida y ayudar a los demás en sus sufrimientos”.

“Es justo rezar a Dios también por las cosas pequeñas de nuestra vida de cada día – precisó el Pontífice – pero al mismo tiempo, rezar es un camino, diría una escalera: debemos aprender cada vez lo que podemos pedir y lo que no debemos pedir porque son expresión de mi egoísmo” o de “mi soberbia”.

De esta forma, rezar “se convierte en un proceso de purificación de nuestros pensamientos y de nuestros deseos”.

“Permanecer en Cristo es un proceso de purificación lenta, de liberación de mí mismo”, un “camino verdadero” que se abre a la alegría y que está caracterizado por un “fondo sacramental”.

“Así – prosiguió – podemos aprender que Dios responde a nuestras oraciones” y a menudo “las corrige, las transforma, las guía para que seamos final y realmente ramas de su Hijo, de la 'vid verdadera', miembros de su Cuerpo”.

“Demos gracias a Dios por la grandeza de su amor – concluyó –. Oremos para que nos ayude a crecer en su amor y a permanecer realmente en su amor”.

Por Mirko Testa, traducción del italiano por Inma Álvarez