Día noveno
La Inmaculada
Una gran señal apareció en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna a sus
pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (Apc 12, 1)
La
Virgen
en el misterio de Cristo
Desbordo
de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de
gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus
joyas[1]. Son palabras que la Liturgia pone en labios
de Nuestra Señora en esta Solemnidad, y expresan el cumplimiento de la antigua
profecía de Isaías.
Todo
cuanto de hermoso y bello se puede decir de una criatura, se lo cantamos hoy a
nuestra Madre del Cielo. «Exulte hoy toda la creación y se estremezca de gozo
la naturaleza. Alégrese el cielo en las alturas y las nubes esparzan la
justicia. Destilen los montes dulzura de miel y júbilo las colinas,
porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos ha suscitado un
poderoso salvador en la casa de David su siervo, es decir, en esta
inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la esperanza a los
pueblos»[2], canta un antiguo Padre de
la Iglesia.
Tampoco
en esta ocasión quiso Dios hacer una excepción a su habitual modo de actuar.
Deseó una vez más mostrar que tiene especial benevolencia por los pobres y los
sencillos, por los humildes. Lo hizo a través de la dulce aparición de la
Virgen María a una muchacha sin letras en el año 1858. Bernardette, que así se
llamaba, llegó a ver a la hermosa Señora un total de 18 ocasiones. La última
vez que se le hizo presente en la gruta de Massabielle tuvo a bien revelar su
nombre, que la niña escuchó en el dialecto local: yo soy la Inmaculada
Concepción.
Bernardette
no comprendió en absoluto lo que significaban aquellas palabras; el sacerdote
de su pueblo, en cambio, sí las entendió, y se quedó hondamente impresionado.
El ocho de diciembre de 1954, apenas cuatro años antes de la aparición, el papa
Pío IX había declarado un nuevo dogma mariano. Junto con la Maternidad divina
de María (María es la Madre de Dios) y su perpetua Virginidad (antes, durante y
después del parto), se enunciaba como verdad de fe que la Virgen María jamás conoció
el pecado, ni siquiera el original, del cual Dios la guardó para ser digna
morada de su Hijo eterno. Como todos los dogmas, no se trataba de una verdad
nueva: la Iglesia, en su recorrido por la historia, había comprendido poco a
poco que tenía que ser así. Bien sabían los cristianos que la Virgen es limpia,
máxima belleza y todo amor.
¿Qué
significa este misterioso nombre con que la Virgen reveló algo de su propia
identidad y que la Iglesia había reconocido oficialmente algunos años antes?
Nosotros lo celebramos hoy, solemnidad de la Inmaculada Concepción, pero...
¿qué interés tiene para nosotros?
Por
esta elección admirable y del todo singular, María, desde el primer instante de
su ser natural, quedó asociada a su Hijo en la Redención de la
humanidad. Ella es la mujer de la que nos habla el Génesis en la Primera lectura de la Misa[4]. Después de cometido
el pecado de origen, dijo Dios a la serpiente: Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya.
María es la nueva Eva, de la que nacerá un nuevo linaje, que es la Iglesia.
En
razón de esta elección, la
Virgen Santísima recibió una plenitud de gracia mayor que la
concedida a todos los ángeles y santos juntos, como correspondía a la Madre del
Salvador. María está en un lugar singular y único entre Dios y los hombres.
Ella ocupa después de Cristo el lugar más alto y más cercano a nosotros ; es el
ejemplar acabado de la Iglesia ,
modelo de todas las virtudes, a la que hemos de mirar para tratar de ser
mejores. Es tan grande su poder salvador y santificador que, por gracia
de Cristo, cuanto más se difunde su devoción, más atrae a los creyentes hacia
su Hijo y hacia el Padre[5] .
En
Ella, purísima, resplandeciente, fijamos nuestros ojos, «como en la Estrella que nos guía por
el cielo oscuro de las expectativas e incertidumbres humanas, particularmente
en este día, cuando sobre el fondo de la liturgia del Adviento brilla esta
solemnidad anual de tu Inmaculada Concepción y te contemplamos en la eterna
economía divina como la Puerta
abierta, a través de la cual debe venir el Redentor del mundo»[6].
El
trato con la Virgen ha sido esencial para la conversión de innumerables
personas. Jim Caviezel se convirtió gracias a una peregrinación al santuario de
Medjugorje. Su esposa le animó a hablar con Iván, un joven que venía de ese
santuario mariano. Este le habló con claridad: “Jim, el hombre siempre
encuentra tiempo para aquello que ama. Si alguien que no tiene nunca tiempo
conoce a una chica y se enamora de ella, siempre encontrará tiempo para ella.
La gente no tiene tiempo para Dios porque no le aman. Dios te está invitando a
rezar con el corazón”. Jim le preguntó: - “¿Cómo se supone que he de hacerlo?”
Le contestó Iván:- “Empezando a rezar”.
Su conversión se inició cuando empezó a rezar el Rosario. El relato de
su conversión finaliza así: “Experimenté la poderosa oración que es el Rosario
y el regalo que tenemos cuando vamos a la Santa Misa cada día”.
Plenitud de gracia de María
Esta
preservación del pecado en Nuestra Señora es, en primer lugar, plenitud de
gracia del todo singular y cualificada; la gracia, en María -enseñan los
teólogos-, se adelantó a la naturaleza. En Ella todo volvía a tener su
sentido primitivo y la perfecta armonía querida por Dios. El don por el
que careció de toda mancha le fue concedido a modo de preservación de algo que
no se contrae. Fue exenta de todo pecado actual, no tuvo ninguna
imperfección -ni moral, ni natural-, no tuvo inclinación alguna desordenada, ni
pudo padecer verdaderas tentaciones internas; no tenía pasiones descontroladas;
no sufrió los efectos de la concupiscencia. Jamás estuvo sujeta al diablo
en cosa alguna.
«Inmaculada
Concepción: también nosotros repetimos hoy con conmoción ese nombre misterioso»[8], decía en el año 2008 el
papa Benedicto XVI en la plaza de España en Roma. «En la fiesta de hoy, tan
arraigada en el pueblo cristiano, esta expresión brota del corazón y aflora a
los labios como el nombre de nuestra Madre celestial»[9]. María es, sobre todo, sin
pecado concebida: dulzura, amor y confianza en el Dios altísimo.
«Como
un hijo alza los ojos al rostro de su mamá y, viéndolo sonriente, olvida todo
miedo y todo dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en
ella la sonrisa de Dios, el reflejo inmaculado de la luz divina; encontramos en
ella nueva esperanza incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo»[10].
La
Virgen sin pecado es para nosotros la sonrisa de Dios, que nos recuerda que
vale la pena hacer de nuestras vidas un bonito reflejo de la luz de Dios. ¡María!,
queremos decirle, muestra que eres madre.
No
desconocía el Papa que esas rosas que ofrecía a la Virgen –y que, en el fondo,
son las flores de nuestra entrega– están cargadas de espinas. «En los tallos de
estas estupendas rosas blancas, no faltan tampoco las espinas, que para
nosotros representan las dificultades, los sufrimientos, los males que han
marcado y marcan la vida de las personas y de nuestras comunidades. A la Madre
se presentan las alegrías, pero se le confían también las preocupaciones,
seguros de encontrar en ella fortaleza para no abatirse y apoyo para seguir
adelante».[11]
Es
muy posible que no solo nuestros pecados y dificultades, sino también la crisis
de las familias y la ausencia de moralidad de nuestra sociedad roben algo de
nuestra mermada esperanza. Pero tanto en tiempos de aquel santo como ahora una
sola receta ha brotado de los labios del creyente: cuando tu ánimo caiga,
cuando la esperanza falte, acude sincero a tu Madre del cielo. Ella no dejará
de escucharte.
En un país
africano unos padres vivían el mes de mayo con sus hijos. Al final de cada
jornada se congregaba la familia alrededor de una imagen de la Virgen. Rezaban
una oración todos juntos y cada hijo dejaba un papel doblado que contenía sus
ofrecimientos de ese día a María. Uno de los días el pequeño de cinco años tuvo
un día catastrófico. Se peleó con sus hermanos. Se portó mal en el colegio,
rompió varias cosas... Al final del día la madre comprobó, asombrada, que su
hijo había dejado su papel a los pies de la imagen de nuestra Señora. No pudo
resistir la curiosidad y, más tarde, abrió el papel arrugado y leyó emocionada:
Hoy, Madre, todo lo he hecho mal. Perdóname.
Hoy, Madre, todo lo he hecho mal. Perdóname.
El
inefable amor y la limpieza de alma con que María esperó a su Hijo, es un
modelo de cómo debemos prepararnos para el encuentro del Señor que viene.[12]
El
pecado no sólo corrompe al hombre y lo aleja de Dios, sino que lo convierte en
alguien socialmente peligroso, como recuerda el Vaticano II: "las
mutilaciones, las torturas morales o físicas, las detenciones arbitrarias, las
deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes;
o las condiciones laborales degradantes..., estas prácticas y otras parecidas
son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana".[13] Sin embargo Dios no
abandona al hombre y una Mujer nacerá sin esta mancha y mantendrá una enemistad
perpetua con el autor del mal a quien, finalmente, le aplastarán la cabeza. Es
lo que celebra hoy la Iglesia.
Desde esta fiesta
grande divisamos ya la proximidad de la Navidad. La Iglesia ha querido que
ambas fiestas estén cercanas. «Del mismo modo que el primer brote verde señala
la llegada de la primavera en un mundo helado y que parece muerto, así en un
mundo manchado por el pecado y de gran desesperanza esa Concepción sin mancha
anuncia la restauración de la inocencia del hombre. Así como el brote nos
da una promesa cierta de la flor que de él saldrá, la Inmaculada Concepción
nos da la promesa infalible del nacimiento virginal (... ). Aún era invierno en
todo el mundo que la rodeaba, excepto en el hogar tranquilo donde Santa Ana dio
a luz a una niña. La primavera había comenzado allí»[14]. La nueva Vida se
inició en Nuestra Madre en el mismo instante en que fue concebida sin mancha
alguna y llena de gracia.
Tratar a María
Tota
pulchra es, Maria, eres toda hermosa, María, y no hay mancha alguna de pecado
en Ti.
Aquella
profecía que un día hiciera la
Virgen , Me llamarán bienaventurada todas las generaciones...[15], la estamos cumpliendo
ahora nosotros y se ha cumplido al pie de la letra a través de los siglos-.
poetas, intelectuales, artesanos, reyes y guerreros, hombres y mujeres de edad
madura y niños que apenas han aprendido a hablar; en el campo, en la ciudad, en
la cima de un monte, en las fábricas y en los caminos, en situaciones de dolor
y de alegría, en momentos trascendentales (¡cuántos millones de cristianos han
muerto con el dulce nombre de María en sus labios o en su pensamiento!), se ha
invocado y se llama a Nuestra Señora todos los días.
Sin
duda ha sido el Espíritu Santo quien ha enseñado, en todas las épocas, que es
más fácil llegar al Corazón del Señor a través de María. Por eso, hemos
de hacer el propósito de tratar siempre a la Virgen , de caminar por ese atajo que abrevia el
camino para llegar a Cristo: «Conservad celosamente ese tierno y confiado amor
a la Virgen- nos dice el Beato Juan Pablo II- No lo dejéis nunca enfriar
(... ). Sed fieles a los ejercicios de piedad mariana tradicionales en la Iglesia : la oración del
Angelus, el mes de María y, de modo muy especial, el Rosario»[16].
A
principios del siglo XVI el arquitecto Bramante envío por medio de su hijo a
Julio II los planes de la futura cúpula de San Pedro. El Papa se entusiasmó al
ver los planos de aquella cúpula extraordinaria y para premiar al chico le
condujo a un cofre que contenía monedas de oro y le dijo sonriendo: Mete la
mano y agarra cuántas monedas puedas. El jovencito se frenó en su primer impulso
y le dijo al Pontífice: Santidad meta usted la mano en mi lugar, que la tiene
más grande.
María,
llena de gracia y de esplendor, la que es bendita entre todas las mujeres, es
también nuestra Madre. Una manifestación de amor a Nuestra Señora es
llevar una imagen suya en la cartera o en el bolso; es multiplicar
discretamente sus imágenes a nuestro alrededor, en nuestras habitaciones, en el
coche, en el despacho o en el lugar de trabajo. Nos parecerá natural
invocarla, aunque sea sin palabras.
Si
cumplimos nuestro propósito de acudir con más frecuencia a Ella, desde el día
de hoy, comprobaremos en nuestras vidas que «Nuestra Señora es descanso para
los que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos,
puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce
alivio de los tristes, socorro de los que rezan»[17].
[1]
Antífona de entrada. Is 61, lo
[3] CONC. VAT. ll, Const. Lumen
gentium, 61
[4]
Gen 3, 9-15
[5]
Const. Lumen gentium, 54, 63, 65
[6]
Beato Juan Pablo II, Alocución 8-XII-1982
[7]
San Josemaría, , Es Cristo que pasa, 171
[8] Benedicto XVI, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen
María. Lunes 8 de diciembre de 2008.
[9] Ibíd.
[10] Ibíd.
[11]
Ibíd.
[12]
Pablo VI, Marialis Cultus. 3-4
[13] Vaticano II, Gaudium et Spes, 27
[14]
R. A. Knox, Tiempos y fiestas del año litúrgico, p. 298.
[15]
Cfr. Lc 2, 48
[16]
Beato Juan Pablo II, Homilía 12-X-1980