Las bienaventuranzas. Domingo 6º del tiempo ordinario. Año C. La pobreza de espíritu.
Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo; pues de este modo se comportaban sus padres con los profetas. «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque gemiréis y lloraréis. ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo se comportaban sus padres con los falsos profetas.
El evangelista propone a nuestra atención más que una condición social de pobreza, una actitud que es propia de quien confía exclusivamente en Dios. Acogen el reino de Dios, sobre todo, quienes tienen un corazón libre y disponible. Pobre es quien confía en el Señor, quien no busca la seguridad en sí mismo. Dichoso/Bienaventurado el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
San Lucas narra que el Señor se encontraba en un paraje llano y que allí se congregaron sus discípulos y una gran multitud de gentes. En esta ocasión las ocho bienaventuranzas recogidas por San Mateo son resumidas por San Lucas en cuatro bienaventuranzas y cuatro maldiciones, como recompensa y castigo, respectivamente, de la virtud y el vicio.
No resulta difícil imaginar la impresión -quizá de desconcierto y, en algunos de los oyentes, incluso de decepción- que estas palabras del Señor debieron de causar en quienes le escuchaban. Jesús acababa de formular el espíritu nuevo que había venido a traer a la tierra; un espíritu que constituía un cambio completo de las usuales valoraciones humanas, como la de los fariseos, que veían en la felicidad terrena la bendición y premio de Dios y, en la infelicidad y desgracia, el castigo. En general, "el hombre antiguo, aun en el pueblo de Israel, había buscado la riqueza, el gozo, la estimación, el poder, considerando todo esto como la fuente de toda felicidad. Jesús propone otro camino distinto. Exalta y beatifica la pobreza, la dulzura, la misericordia, la pureza y la humildad" [1]
Al considerar ahora estas palabras del Señor, vemos que aún hoy día se insinúa en las personas el desconcierto ante ese contraste: la tribulación que lleva consigo el camino de las Bienaventuranzas y la felicidad que Jesús promete. "El pensamiento fundamental que Jesús quería inculcar en sus oyentes era éste: sólo el servir a Dios hace al hombre feliz. En medio de la pobreza, del dolor, del abandono, el verdadero siervo de Dios puede decir con San Pablo: Sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones. Y, por el contrario, un hombre puede ser infinitamente desgraciado aunque nade en la opulencia y viva en posesión de todos los goces de la tierra"[2].
No en vano aparecen en el Evangelio de San Lucas, después de las Bienaventuranzas, aquellas exclamaciones del Señor: ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque gemiréis y lloraréis. ¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo se comportaban sus padres con los falsos profetas.
Quienes escuchaban al Señor entendieron bien que aquellas Bienaventuranzas no enumeraban distintas clases de personas sino que señalaban inequívocamente las disposiciones y valores morales que Jesús exige a todo el que quiera acompañarle.
Las Bienaventuranzas señalan la plenitud de vida cristiana: la santidad. Al escucharlas hoy percibimos de nuevo la invitación del Señor a vivir con plenitud el Evangelio. Porque "Jesucristo Señor Nuestro predicó la buena nueva para todos, sin distinción alguna. Un solo puchero y un solo alimento: mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra (Jn 4, 34). A cada uno llama a la santidad, de cada uno pide amor: jóvenes y ancianos, solteros y casados, sanos y enfermos, cultos e ignorantes, trabajen donde trabajen, estén donde estén" [3] . No debe haber excusas, si fueran complicadas y duras las circunstancias actuales de nuestra vida Jesucristo nos haría ver que son queridas y permitidas por Él para seguirle ahora con más determinación que nunca.
Alguno quizá se preguntará: si el valor distintivo del cristiano es el amor, la caridad con el prójimo, (así lo mostrará con claridad el Señor en la última Cena), ¿Qué sentido tiene la primacía concedida a la pobreza en este caso?
El mismo Señor que en el Génesis se complace al contemplar la creación material y ve que es muy bueno todo que ha hecho, nos exhorta a utilizar bien los bienes materiales y nos muestra el valor de la templanza y del desprendimiento.
El Maestro conoce la debilidad del corazón humano como consecuencia de las heridas del pecado original, acentuada en tantas ocasiones por nuestra falta de sobriedad y de templanza. Es más, el Señor sabe que el bienestar material, sin medida, ahoga y asfixia la vida humana. A través de la pobreza respira el amor a Dios a los demás por Dios.
Cuentan que un día, charlaba Monseñor Newman con un amigo suyo, tan apegado a sus riquezas como descreído. En un momento de la conversación, el cardenal escribió la palabra GOD en un papel en blanco.
- ¿Qué lees?, le dijo a su amigo.
- El nombre de Dios, repuso el otro.
- ¿Y que ves ahora? continuó Newman, cubriendo esa palabra con una moneda de oro.
- Una pieza de gran valor, repuso el otro
- Pues piénsalo despacio, concluyó el cardenal, porque te ayudará a entender la razón de tu lejanía de Dios
Hemos de pedir a Dios que sepamos usar de tal modo de los bienes presentes, con los que Él no deja de favorecernos, para que merezcamos alcanzar los eternos.
El desprendimiento cristiano no es un desprecio de los bienes de esta vida ni desafecto por las personas; es colocarse a la suficiente distancia de ellas para valorarlas en su justa medida, sin subestimarlas ni idolatrarlas. Es hacer realidad aquel consejo de Jesús: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura" (Mt 6, 33); porque los atractivos de este mundo pasan" (1 Cor 7, 31).
"Acostúmbrate, ya desde ahora, dice S. Josemaría Escrivá, a afrontar con alegría las pequeñas limitaciones, las incomodidades, el frío, el calor, la privación de algo que consideras imprescindible, el no poder descansar cómo y cuando quieras, el hambre, la soledad, la ingratitud, la incomprensión, la deshonra..."[4]
¡Desprendimiento que lleve a moderar los gastos caprichosos o de pura ostentación, que son una afrenta para los que carecen de lo más elemental para vivir, empleando ese dinero en aliviar tanta necesidad! ¡Desprendimiento de la comodidad para estrujar bien las horas sin quejas egoístas cuando el trabajo pesa o se amontonan los contratiempos!
Bienaventurados los pobres de espíritu... Y en el Magnificat de la Virgen escuchamos: Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada (Lc 1,53). ¡Cuántos se transforman en hombres vacíos, porque se sienten satisfechos con lo que ya tienen! El Señor nos invita a no contentarnos con la felicidad que nos pueden dar unos bienes pasajeros, y nos anima a desear aquellos que Él tiene preparados para nosotros.
En Cristo están ya presentes todos los bienes que constituyen la verdadera felicidad. ""Laetetur cor quaerentium Dominum" -Alégrese el corazón de los que buscan al Señor.
"-Luz, para que investigues en los motivos de tu tristeza" [5].
Cuando falta la alegría, ¿no estará la causa en que, en esos momentos, no buscamos de verdad al Señor en el trabajo, en quienes nos rodean, en las contradicciones? ¿No será que no estamos todavía desprendidos del todo? ¡Que se alegren los corazones que buscan al Señor!
Presento tres citas más a considerar:
San Agustín (354-430), De civit. Dei, 1,29
La certeza de los cristianos: el cristiano usa de los bienes terrenos sin hacerse esclavo
“La familia del sumo y verdadero Dios tiene su consuelo, no engañoso, no fundado en la esperanza de bienes caducos e incierto; y no debe angustiarse por la misma vida temporal en la que viene amaestrada para la vida eterna; como peregrina, usa de los bienes terrenos sin hacerse esclava, mientras los males de la tierra son para ella prueba o corrección. Pero los que se quejan por esta prueba y cuando sufren algún dolor temporal se preguntan «¿Dónde está tu Dios?» (Salmo 42/41), respondan ellos mismos dónde están sus dioses a los cuales adoran o pretenden que todos los adoren, cuando sufren aquellos males que pretenden evitar. La familia de Dios responde: mi Dios está presente en todas las partes, está todo en cada lugar y en ningún lugar está encerrado; puede estar presente en lo secreto y puede estar lejos sin moverse. Cuando El me pone a prueba con las adversidades, o examina mis méritos o castiga mis pecados, y me reserva un premio eterno por los males que he soportado piadosamente aquí.”
San Beda el Venerable (673-875), benedictino inglés, doctor de la Iglesia , In Luc 2,24 ss.
La condena no trata de la riqueza sino del amor a la riqueza.
“La incriminación no se refiere tanto a la riqueza como al amor a la riqueza. En efecto, no todos los que tienen riquezas, sino, como dice el Qoèlet (Eclesiastés) : «quien ama las riquezas no se harta de ellas» (5,9), porque aquel que no sabe desprender el ánimo de los los bienes temporales e no sabe hacer participar de ellos a los pobres, por el momento sí goza con su uso, pero quedará para siempre privado del fruto que podría haber adquirido si los hubiese donado. Y leemos también en otro sitio: «Bienaventurado el rico que es hallado sin tacha y que no se afana tras el oro» (Siracide/Eclesiástico) 31, 8).
Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, 42 Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2009
Un "círculo virtuoso" entre la pobreza "que conviene elegir" y la pobreza "que es preciso combatir".
Así pues, hay que tratar de establecer un "círculo virtuoso" entre la pobreza "que conviene elegir" y la pobreza "que es preciso combatir". Aquí se abre un camino fecundo de frutos para el presente y para el futuro de la humanidad, que se podría resumir así: para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales. Más concretamente, no se puede combatir eficazmente la miseria si no se hace lo que escribe san Pablo a los Corintios, es decir, si no se promueve "la igualdad", reduciendo el desnivel entre quien derrocha lo superfluo y quien no tiene ni siquiera lo necesario. Esto implica hacer opciones de justicia y de sobriedad, opciones por otra parte obligadas por la exigencia de administrar sabiamente los recursos limitados de la tierra.
Jesucristo nos ha enriquecido "con su pobreza". No es un valor en sí mismo, sino porque es condición para realizar la solidaridad.
San Pablo, cuando afirma que Jesucristo nos ha enriquecido "con su pobreza", nos ofrece una indicación importante no sólo desde el punto de vista teológico, sino también en el ámbito sociológico. No en el sentido de que la pobreza sea un valor en sí mismo, sino porque es condición para realizar la solidaridad. Cuando san Francisco de Asís se despoja de sus bienes, hace una opción de testimonio inspirada directamente por Dios, pero al mismo tiempo muestra a todos el camino de la confianza en la Providencia. Así, en la Iglesia, el voto de pobreza es el compromiso de algunos, pero nos recuerda a todos la exigencia de no apegarse a los bienes materiales y el primado de las riquezas del espíritu. He aquí el mensaje que se nos transmite hoy: la pobreza del nacimiento de Cristo en Belén, además de ser objeto de adoración para los cristianos, también es escuela de vida para cada hombre. Esa pobreza nos enseña que para combatir la miseria, tanto material como espiritual, es preciso recorrer el camino de la solidaridad, que impulsó a Jesús a compartir nuestra condición humana.
[1] FRAY JUSTO PÉREZ DE URBEL, Vida de Cristo, Rialp, Madrid 1987, p. 212
[2] ) Ibídem, p. 214
[3] SAN JOSEMARÍA, Amigos de Dios, 294
[4] Ibidem, 119