Los expertos advierten: la ficción española es tendenciosa y fomenta una visión antirreligiosa
Más allá de los rostros que desfilaron por la alfombra verde, los premios del cine español han mostrado los clichés en los que suele incidir la ficción española. Los nominados a los Goya 2010 resumen estos estereotipos: pesimismo, frivolidad, hipersexualización, burla de lo religioso... Y, por más que los católicos parezcan no reaccionar, los expertos advierten: los medios de comunicación españoles influyen, de forma crucial, en el desprecio por el matrimonio, la apología de la homosexualidad y el sentimiento anticristiano que padecemos
El pasado fin de semana, los rostros más conocidos del cine español se dieron cita en la gala de los Premios Goya, en la que cada año se entregan los galardones a las mejores películas de nuestra gran pantalla. El revuelo mediático de este año ha girado, como casi siempre, entre la alegría de los vencedores, los cotilleos de papel couché y las fotografías de estrellas luciendo atavíos más o menos afortunados sobre la alfombra verde. Sin embargo, los títulos nominados esconden un entresijo del que los medios de comunicación no han dicho ni palabra. Una vez más, los temas elegidos por nuestros guionistas y cineastas, lejos de reflejar la sociedad, buscan modelarla. Así lo afirman los expertos, que muestran cómo los arquetipos de la gran pantalla son los que, aún con más tendenciosidad, empapan las series de ficción televisiva.
La importancia de la ficción
Don Mariano González es Director de Comunicación de la Asociación de Telespectadores y Radioyentes (ATR), una asociación aconfesional y apolítica, que se encarga de analizar los contenidos audiovisuales que consumimos los españoles. González señala, en primer lugar, la importancia de los contenidos de ficción frente a los informativos, y asegura que «el número de personas sobre las que impacta una serie de televisión o el cine, es muy superior a la audiencia de un artículo de periódico. Un producto de entretenimiento o ficción (realities, docu-shows, cine-movies, etc.) convoca a espectadores de cualquier edad, grado de educación, profesión e ideología, y de todos los niveles de renta. Son productos audiovisuales que no cuentan teorías construidas según la lógica y la razón; cuentan historias. Por eso, la influencia sobre niños, adolescentes, jóvenes y adultos es mucho mayor que la de una opinión bien argumentada. Las personas retienen mejor las anécdotas que las teorías, y de ahí que las series aparquen las abstracciones y aterricen en situaciones -inventadas y excepcionales- dibujadas con perfiles tan nítidos que al telespectador, aunque no sea tan joven, le parecen reales».
El cine y la tele no son neutrales
El problema viene del uso torticero que se da en España a las series de ficción y a las películas de cine. Tal y como asegura don Mariano González, «Lenin afirmó que el cine era la mejor palanca para cambiar el modo de pensar de la gente. Un ideólogo tiende a poner los medios de comunicación al servicio de una causa. Casi nunca es neutral. Y, ahora más que nunca, la televisión y el cine tampoco son neutrales. A las asociaciones de telespectadores nos interesa remarcar esta idea. Las series no sólo entretienen, sino que forman -¿deforman?-, incluso cuando usan un tono sarcástico o de comedia».
Así, según el Director de Comunicación de ATR, «hay muchas series de televisión y películas que algunos espectadores califican de divertidas, sin fijarse en que casi todas van en la misma dirección: la familia está compuesta por un viudo y una divorciada; los hijos que conviven bajo el mismo techo pertenecen a padres diferentes; los comentarios y bromas son de doble sentido; son frecuentes las peripecias de estereotipos exagerados, casi nunca gente normal...»
Sacerdotes adúlteros o fascistas
Más aún, pues, según González, «los personajes representativos de instituciones sociales básicas -profesores, políticos, escritores, jueces, sacerdotes, militares- aparecen teñidos de hipocresía y ambición, por lo que estamos ante modelos de conducta repudiables. Frente a las lacras de los sectores responsables de la sociedad, que desfilan por series y películas -muchas de tono histórico-, los productos que hoy triunfan muestran protagonistas jóvenes que resuelven los problemas con argumentos más sentimentales que racionales, egoístas y no solidarios. La conclusión es clara: La norma moral entregada por tus progenitores, educadores y estamentos dirigentes, está superada por la nueva realidad que yo te presento, basada en el sentimiento, el placer, lo que te gusta y te proporciona felicidad ahora, no más adelante». Un ejemplo: los sacerdotes arquetípicos de series de TVE, como La Señora o Amar en tiempos revueltos, son, o adúlteros, o fascistas, o intransigentes, o pederastas.
Acaso lo más preocupante es que éstos no son sino los ejemplos más recientes de unos medios de comunicación audiovisuales abandonados a las manos de una determinada ideología. Por eso, el Director de Comunicación de ATR afirma que este tipo de series y películas «influyen tanto que han cambiado la familia, la escuela y las leyes. Todas van en la misma dirección: una concepción de la persona cerrada a la trascendencia, y presionan sobre la sociedad. Han logrado que disminuya el aprecio a instituciones como el matrimonio entre mujer y hombre, el nacimiento de hijos dentro del matrimonio, la escuela como ayuda a la educación moral que quieren los padres o el debilitamiento de referentes como la religión, sólo merecedora de consideración si no es cristiana».
Culpables por inacción
Además, González hace un comentario que muestra la desidia de los cristianos a la hora de dejar lo esencial en las manos de los laicistas beligerantes: «Hay tres planos -afirma- en los que vale la pena arriesgar: la familia, la escuela y la televisión. En los tres han jugado muy fuerte los partidos políticos que han hecho del laicismo beligerante su piedra angular. Esto ha sido secundado por poderosos grupos mediáticos, que pretenden convencernos de que existe una demanda social de nuevos modelos de familia, de educación y contenidos televisivos como los citados. Un principio de solución es defender la cultura del esfuerzo, del sacrificio y del trabajo, sembrar amor a la cultura, formar la inteligencia para saber argumentar, gastar dinero en educación, formar buenos profesores, montar colegios con aspiración de liderazgo, airear el ejemplo de ciudadanos generosos, hasta que salgan a la calle profesionales conscientes de que el hombre y la mujer son más que un montón de células a las que se debe proporcionar diversión».
Merece la pena luchar por eso
O, como resume José Ángel Agejas, profesor de Ética General y Profesional de la Universidad Francisco de Vitoria, «una noticia es un fragmento de realidad, que puede contarse con respeto a la verdad o no, pero siempre es un fragmento. En cambio, la ficción puede ofrecer recreaciones valiosas de lo humano, que lleven a esas vivencias capaces de dar sentido a la propia existencia, a la justicia en las relaciones sociales, al compromiso de la propia libertad por el Bien. Es lo que en la película El señor de los anillos ponen los guionistas en boca de Sam Sagaz: Ésas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. (...) Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran. Pero no lo hacen: siguen adelante, porque todos luchan por algo. Y a la pregunta de Frodo de por qué lucha, Sam sentencia: Para que el bien reine en este mundo, señor Frodo. Se puede luchar por eso. En el campo de batalla audiovisual, ¿quién se apunta?
José Antonio Méndez
ALFA Y OMEGA