Para España y especialmente para Madrid, ha sido un honor acoger la Jornada Mundial de la Juventud, esa inmensa manifestación que ha concentrado en nuestra ciudad a más de un millón y medio de jóvenes católicos de todo el mundo, presididos por la impresionante personalidad del Papa Benedicto XVI. Sus palabras, siempre medidas y profundas, han sido, una vez más, motivo de reflexión para creyentes y no creyentes. Y para todos han sido, en estos momentos de crisis, una llamada a la esperanza.
La presencia en nuestras calles de esa multitud ingente de peregrinos, con un comportamiento verdaderamente ejemplar, ha sido, sin duda, un aldabonazo en las conciencias de todos. Con la alegre manifestación de su fe, sin complejos y sin vergüenza, los jóvenes participantes en la JMJ han dado un magnífico testimonio en contra de la dictadura del relativismo moral, que es probablemente el peligro mayor que amenaza a las sociedades avanzadas de Occidente y, por supuesto, a la española. La presencia de estos chicos y la palabra magistral del Papa han testimoniado su compromiso con unos valores trascendentes y han expresado con nitidez su rechazo de la ética del «todo vale» y del «qué más da». Esa impresionante manifestación de fe cristiana también nos ha servido a muchos para recordar el papel del cristianismo como fundamento de nuestra civilización. Todos, creyentes y no creyentes, tenemos que reconocer que valores esenciales de la civilización occidental, como el reconocimiento de la igualdad de todos los seres humanos en su dignidad, el sentido de la piedad, el amor al prójimo, el querer para los demás lo mismo que queremos para nosotros mismos, el perdón, o la caridad –que se puede llamar solidaridad–, son valores que vienen del cristianismo. Habernos recordado eso es otro motivo para estar agradecidos a la JMJ.
La presencia en nuestras calles de esa multitud ingente de peregrinos, con un comportamiento verdaderamente ejemplar, ha sido, sin duda, un aldabonazo en las conciencias de todos. Con la alegre manifestación de su fe, sin complejos y sin vergüenza, los jóvenes participantes en la JMJ han dado un magnífico testimonio en contra de la dictadura del relativismo moral, que es probablemente el peligro mayor que amenaza a las sociedades avanzadas de Occidente y, por supuesto, a la española. La presencia de estos chicos y la palabra magistral del Papa han testimoniado su compromiso con unos valores trascendentes y han expresado con nitidez su rechazo de la ética del «todo vale» y del «qué más da». Esa impresionante manifestación de fe cristiana también nos ha servido a muchos para recordar el papel del cristianismo como fundamento de nuestra civilización. Todos, creyentes y no creyentes, tenemos que reconocer que valores esenciales de la civilización occidental, como el reconocimiento de la igualdad de todos los seres humanos en su dignidad, el sentido de la piedad, el amor al prójimo, el querer para los demás lo mismo que queremos para nosotros mismos, el perdón, o la caridad –que se puede llamar solidaridad–, son valores que vienen del cristianismo. Habernos recordado eso es otro motivo para estar agradecidos a la JMJ.