La visita del Papa Benedicto XVI con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud tiene por principal beneficiario el catolicismo español. Ha salido reforzada la identidad católica, un proceso largo del que nos queda mucho por aprender, y el catolicismo ha demostrado su voluntad de seguir presente en el espacio público y su capacidad de movilización
Los beneficios propiamente religiosos y personales, que son los más importantes, se irán viendo con el paso del tiempo. Las Jornadas tienen la virtud de cambiar la vida de muchos de los jóvenes que acuden a ellas. Dan un nuevo sentido a la vida, refuerzan lo más noble del espíritu humano, generan compromisos imposibles de romper.
La Iglesia católica tiene ahora la obligación de cuidar la siembra realizada. En estos días, ha demostrado su prudencia, al mantenerse en el registro religioso y moral. También ha mostrado su capacidad de organización, con una Conferencia Episcopal que ha sabido supervisar la JMJ y salvaguardar, en un terreno de gran complejidad interna y externa, su verdadero papel, que es estratégico. La Iglesia católica española, acostumbrada durante demasiado tiempo a vivir a la sombra del Estado, ha demostrado que esa etapa está felizmente cerrada, que es capaz de tomar la iniciativa y dirigirse a las personas, a la sociedad. Sin duda que sabrá seguir manteniendo el equilibrio entre los muy diversos movimientos espirituales y sociales que la conforman, desde el Camino Neocatecumenal hasta el Opus Dei. Sin abandonar su carácter de elite, está en trance de recuperar su vocación popular, algo que la Iglesia católica nunca debió perder en España. Benedicto XVI, el Papa académico, habrá dado un impulso importante a esta reconciliación de la Iglesia española con su propia identidad. En la nueva sociedad en la que estamos entrando, el campo abierto aquí es de una riqueza infinita.
Los beneficios de la JMJ y de la visita del Papa alcanzan, por otra parte, a todos los que en España no se identifican como católicos. La reivindicación de las raíces cristianas de España debería ser bien entendida, y bien explicada, como una forma de subrayar la aportación del cristianismo a la naturaleza de nuestro país. Otras interpretaciones pueden llegar a neutralizar la aportación del catolicismo al bien de todos.
Estos días han demostrado la capacidad de los creyentes para articular auténticas redes sociales, la base misma de una sociedad civil vibrante y comprometida. Sin eso, lo ocurrido habría sido inconcebible. Una sociedad articulada de forma autónoma, sin necesidad de intervenciones ni subvenciones gubernamentales, es siempre una sociedad más rica y más abierta, más tolerante. Las demás confesiones religiosas españolas, sean o no cristianas, se beneficiarán de esa revitalización. Más allá de la cuestión del catolicismo, estos días habrán sido un paso pequeño pero importante para superar el proyecto que quiso construir una sociedad ajena a la religión. Dentro de unos años, no muchos, ese proyecto resultará difícil de entender, incluso a quienes pensaron de buena fe que era el fruto más acabado de la modernidad.
La Iglesia católica tiene ahora la obligación de cuidar la siembra realizada. En estos días, ha demostrado su prudencia, al mantenerse en el registro religioso y moral. También ha mostrado su capacidad de organización, con una Conferencia Episcopal que ha sabido supervisar la JMJ y salvaguardar, en un terreno de gran complejidad interna y externa, su verdadero papel, que es estratégico. La Iglesia católica española, acostumbrada durante demasiado tiempo a vivir a la sombra del Estado, ha demostrado que esa etapa está felizmente cerrada, que es capaz de tomar la iniciativa y dirigirse a las personas, a la sociedad. Sin duda que sabrá seguir manteniendo el equilibrio entre los muy diversos movimientos espirituales y sociales que la conforman, desde el Camino Neocatecumenal hasta el Opus Dei. Sin abandonar su carácter de elite, está en trance de recuperar su vocación popular, algo que la Iglesia católica nunca debió perder en España. Benedicto XVI, el Papa académico, habrá dado un impulso importante a esta reconciliación de la Iglesia española con su propia identidad. En la nueva sociedad en la que estamos entrando, el campo abierto aquí es de una riqueza infinita.
Los beneficios de la JMJ y de la visita del Papa alcanzan, por otra parte, a todos los que en España no se identifican como católicos. La reivindicación de las raíces cristianas de España debería ser bien entendida, y bien explicada, como una forma de subrayar la aportación del cristianismo a la naturaleza de nuestro país. Otras interpretaciones pueden llegar a neutralizar la aportación del catolicismo al bien de todos.
Estos días han demostrado la capacidad de los creyentes para articular auténticas redes sociales, la base misma de una sociedad civil vibrante y comprometida. Sin eso, lo ocurrido habría sido inconcebible. Una sociedad articulada de forma autónoma, sin necesidad de intervenciones ni subvenciones gubernamentales, es siempre una sociedad más rica y más abierta, más tolerante. Las demás confesiones religiosas españolas, sean o no cristianas, se beneficiarán de esa revitalización. Más allá de la cuestión del catolicismo, estos días habrán sido un paso pequeño pero importante para superar el proyecto que quiso construir una sociedad ajena a la religión. Dentro de unos años, no muchos, ese proyecto resultará difícil de entender, incluso a quienes pensaron de buena fe que era el fruto más acabado de la modernidad.