La vigilia de oración en la gran explanada del aeródromo de Cuatro Vientos
Como amigos de Cristo en la sociedad y en la Iglesia
En el aeródromo de Cuatro Vientos de Madrid tuvo lugar el sábado 20 de agosto, al caer la tarde, la vigilia de oración de la JMJ con el Papa. Una inmensa multitud de jóvenes felices -cerca de dos millones- le esperaba desde horas antes, primero desafiando el intenso calor; después, la fuerte tormenta en plena celebración, que había iniciado con la procesión de la cruz, portada por jóvenes de los cinco continentes. Tras la liturgia de la Palabra, las ráfagas de viento e intensa lluvia impidieron al Papa durante veinte minutos pronunciar su homilía -cuyo texto íntegro ofrecemos en estas páginas-. A pesar de que le aconsejaban que se retirara, prefirió estar junto a los jóvenes. "Si ellos permanecen, me quedo también yo", susurró Benedicto XVI a sus colaboradores. "Gracias por vuestra alegría y resistencia. Vuestra fuerza es mayor que la lluvia", dijo a la multitud, suscitando una explosión de júbilo. La vigilia culminó con la exposición y adoración del Santísimo Sacramento, custodiado en el magnífico ostensorio de la catedral de Toledo realizado por encargo del cardenal Cisneros en el siglo XVI. El Papa consagró a los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús, y al final impartió la bendición eucarística. Se entonó entonces el himno "Cantemos al Amor de los amores", compuesto con ocasión del XXII Congreso eucarístico internacional, celebrado en Madrid hace exactamente un siglo, en 1911. Benedicto XVI se despidió citando a los jóvenes para la misa conclusiva de la Jornada, a la mañana siguiente. Fueron multitud los que decidieron pasar la noche en la explanada.
GIOVANNI MARIA VIAN Probablemente aquello que más permanecerá en la memoria de los dos millones de jóvenes llegados de todo el mundo para participar en la jornada de Madrid es un momento de la vigilia. Cuando Benedicto XVI, azotado por la lluvia batiente y a duras penas protegido por algunos paraguas blancos, respondió a los colaboradores que se quedaría, como los chicos y chicas agolpados y empapados en el inmenso espacio del aeródromo de Cuatro Vientos. Casi expresando con un sencillo y sereno gesto de valentía la relación con sus jóvenes: la juventud del Papa, como estos días la multitud se ha presentado, ritmando interminables aclamaciones.
Nada más que un signo, si se quiere, pero cargado de significado por una verdad profunda que remite a lo esencial: el afecto por el Papa, conocido cada vez mejor en sus rasgos auténticos. Y este vínculo expresa a su vez la realidad de la Iglesia: en la fraternidad cristiana, que está abierta a todos, y en el misterio de la comunión de los santos, empezando por los patronos del encuentro de Madrid, entre ellos Juan Pablo II, amadísimo, quien tuvo la intuición providencial de las jornadas mundiales. El Papa con los jóvenes, por lo tanto, contra viento y marea -contracorriente, se podría decir-, como tituló sugestivamente "La Razón", el diario que más espacio ha dedicado al encuentro.
Juntos bajo la lluvia y juntos bajo el sol, en la luz cegadora y en el implacable calor de la meseta, de nuevo en Cuatro Vientos, en la misa conclusiva concelebrada por el Papa con muchos cientos de sacerdotes y obispos, entre ellos decenas de cardenales. Signo ulterior de la naturaleza más auténtica de las jornadas mundiales: no sólo concentraciones de masa festivas y positivas, sino forma de presencia nueva de la Iglesia y momento de su camino en el tiempo. Después de una preparación en España y en los demás países que involucró a miles de parroquias y grupos, el regreso de los jóvenes se convertirá para muchísimos de ellos en el comienzo de una vida cristiana nueva.
El significado religioso y espiritual, clarísimo en las palabras de Benedicto XVI, es por tanto el resultado principal y más auténtico de la jornada mundial. Acontecimiento que, sin embargo, también ha atraído, con comentarios en general favorables tras recelos iniciales, la atención de los medios de comunicación internacionales. Como ya había sucedido en la visita al Reino Unido, precedida por una serie de artículos con prejuicios y negativos que dieron paso a un consenso casi unánime -y es mérito indiscutible de muchas cabeceras británicas haber sabido cambiar de opinión- al evidenciar la transparente humildad del Papa y su capacidad amable de dirigirse a todos, haciéndose entender no sólo por los fieles católicos.
Polémicas y protestas ciertamente ha habido, pero marginales, o tan claramente intolerantes e ilógicas que resultan despreciables, comentó Yves Thréard en "Le Figaro". Las jornadas de Madrid, en síntesis, han sido también un éxito reconocido por los medios de comunicación, sobre todo españoles. Mérito de los protagonistas, esto es, principalmente de Benedicto XVI y de su juventud; además, naturalmente, de los organizadores y, last but not least, de España: del rey Juan Carlos con la familia real, del Gobierno y de las diversas autoridades. Con una colaboración entre Estado e Iglesia, subrayada por el Papa, que hace justicia por encima de muchos lugares comunes y se propone como ejemplar.