He ahí a tu Madre (Jn 19. 27)
"Con el
Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los
discípulos para invocarlo (Hch1,14), y así hizo posible la explosión misionera
que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y
sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización."[1]
Esta presencia de Santa María se siente de modo especial en estos días
marianos.
Hoy
comenzamos la Novena de la Inmaculada. Una costumbre preciosa que nos prepara a
una de las grandes fiestas marianas: María, fue concebida sin mancha de pecado
original, pues estaba destinada a ser la Madre de Dios. La fiesta nació en
Oriente, como la mayoría de las celebraciones de la Virgen. En la Edad Media pasó a
Occidente. En el Reino de Aragón, en el s. XIV, nació el “movimiento
inmaculista”, que se extendió rápidamente por toda España, con cofradías,
municipios y universidades, que pedían al Papa que definiera el dogma de la Inmaculada Concepción.
Finalmente,
el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX definía como una verdad de fe, que
debe ser creída por todos los católicos, que la Beatísima Virgen
María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa
original en el primer instante de su concepción por singular gracia de Dios
omnipotente, en atención a los méritos de Cristo, Jesús Salvador del género
humano. La Inmaculada Concepción es la Patrona de España. Esta fiesta, especialmente
querida por los cristianos, ha llegado a constituirse en paradigma de las fiestas
de la Virgen y en modelo de la vida limpia de los fieles, que han visto en Ella
el camino a seguir para acercarse a Cristo. A la luz de María la historia de la
humanidad ha entrado en la plenitud de los tiempos y la Iglesia es signo de
esa plenitud.
Nos
preparamos para la
Inmaculada. Ella como buena madre, espera y se alegra con
nuestras manifestaciones de amor. La predispondremos a volcarse más en
nosotros. Nunca la ganaremos en generosidad.
"Hijo, ahí
tienes a tu Madre" dijo el Señor desde la Cruz dirigiéndose a San Juan. "Estas
palabras de Jesús al borde de la muerte no expresan primeramente una
preocupación piadosa hacia su madre, sino que son más bien una fórmula de
revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos
dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de hacer esto Jesús pudo
sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). Al pie de la cruz, en la hora
suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella,
porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen
materna todos los misterios del Evangelio.[2]
Desde entonces el Señor no se
cansa de repetírnoslo al oído. Hoy, al empezar la novena, escuchamos de nuevo esas palabras tan
consoladoras: la Madre de Dios es también Madre nuestra.
Al escucharlas, damos gracias a
Santa María por tantos favores y gracias recibidos, por sentirnos en todo
momento bajo su mirada bellísima y misericordiosa que nos dirige desde el
Cielo. Recordaba la anécdota ocurrida en la celebración de la Pasión en un
pueblecito alemán. La gente sobrecogida escucha la desesperación de Judas: Mi
crimen no tiene remedio, al tiempo que se dirige a un árbol cercano para
ahorcarse. En el silencio, se escucha la voz de una niña: Mamá, ¿por qué no ha acudido
a la Virgen? Es la experiencia de todos los cristianos y confío que sea también
la vuestra. Con María se vencen siempre
los momentos difíciles. No hay tempestad que haga naufragar el corazón de
nuestra Madre del Cielo.
Elevamos nuestros ojos a
Santa María y nos encontramos con su mirada. " La mirada. ¡Qué importante
es! ¡Cuántas cosas pueden decirse con una mirada! Afecto, aliento, compasión,
amor, pero también reproche, envidia, soberbia, incluso odio. Con frecuencia,
la mirada dice más que las palabras, o dice aquello que las palabras no pueden
o no se atreven a decir. ¿A quién mira la Virgen María? Nos mira a todos, a
cada uno de nosotros. Y, ¿cómo nos mira? Nos mira como Madre, con ternura, con
misericordia, con amor. Así ha mirado al hijo Jesús en todos los momentos de su
vida, gozosos, luminosos, dolorosos, gloriosos, como contemplamos en los
Misterios del Santo Rosario, simplemente con amor". [3] Es una de las peticiones más repetidas por
los cristianos: vuelve a nosotros los ojos. De esa forma recordamos que estamos
siempre bajo la mirada cariñosa y amable de María.
La mujer más amada por Dios
Apareció
un lucero en medio de la oscuridad y anunció al mundo en tinieblas que la Luz ya estaba próxima. El
nacimiento de la Virgen
fue la primera señal de que la
Redención se acercaba. "La aparición de Nuestra Señora
en el mundo es como la llegada de la aurora que precede a la luz de la
salvación, Cristo Jesús; como el abrirse sobre la tierra, toda cubierta del
fango del pecado, de la más bella flor que jamás haya brotado en el jardín de la Humanidad : el nacimiento
de la criatura más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición
que el mismo Dios, al crearlo, había dado al hombre: imagen de Dios, semejanza
de Dios. María nos restituye la figura de la humanidad perfecta". [4]
Jamás los ángeles habían contemplado una criatura más bella, nunca la humanidad
tendrá nada parecido.
María
había sido anunciada a lo largo del Antiguo Testamento. En el inicio de la
revelación se habla de Ella. Después de la caída de nuestros primeros padres [5],
Dios habla a la serpiente, y le dice: Establezco enemistad entre ti y la mujer,
entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el
calcañar. La mujer es en primer lugar Eva, que había sido tentada y había
caído; y, en un nivel más profundo, la mujer es María, la nueva Eva, de quien
nacerá Cristo, absoluto vencedor del demonio, simbolizado en la serpiente. En
Ella se dará la mayor enemistad que se pueda concebir en la tierra entre la
gracia y el pecado. El Profeta Isaías anuncia a María como la Madre virginal del Mesías.[6]
San Mateo señalará expresamente el cumplimiento de esta profecía.[7]
María es Madre nuestra
La Tradición nos cuenta
que la primera aparición del Resucitado fue a su Madre. Santa María no acude
con las mujeres al sepulcro. En su corazón arde la llama de la esperanza en la
Resurrección de su Hijo. Es difícil imaginar la alegría y la ternura de aquel
encuentro. En esos momentos inefables el Señor no dejaría de recordarle sus
últimas palabras desde la Cruz: Madre, ahí están tus hijos ayúdales a ser
fieles.
Bajo su protección maternal estamos todos desde
entonces. "Cuando estamos cansados, desanimados, abrumados por los
problemas, volvámonos a María, sintamos su mirada que dice a nuestro corazón:
“¡Ánimo, hijo, que yo te sostengo!” La Virgen nos conoce bien, es madre, sabe
muy bien cuáles son nuestras alegrías y nuestras dificultades, nuestras esperanzas
y nuestras desilusiones. Cuando sintamos el peso de nuestras debilidades, de
nuestros pecados, volvámonos a María, que dice a nuestro corazón: «!Levántate,
acude a mi Hijo Jesús!, en él encontrarás acogida, misericordia y nueva fuerza
para continuar el camino».[13]
Me confiaba en una ocasión
una madre: "Di de él cuanto quieras, pero yo sé mejor que tú y que nadie
las faltas de mi niño. Yo no lo quiero porque es bueno, sino porque es mi
hijo. ¿Y cómo vas a saber tú el tesoro que él es, tú que tratas de pesar
sus méritos con sus faltas?. Cuando yo tengo que castigarlo, es más mío que
nunca". El amor materno es el reflejo más claro del amor divino. Ante
una madre no cuentan los éxitos o los méritos de los hijos. Lo que cuentan son
sus necesidades. Y la madre se vuelca más con el hijo más necesitado. Cuanta
más indigencia y necesidad encuentre en mí la Virgen, más razones tengo para
confiar y apoyarme en Ella.
San
Lucas recoge en el libro de los Hechos la fidelidad alegre y contagiosa de los
primeros discípulos a su vocación cristiana y señala la cercanía y el trato con
Santa María como una de las causas principales.[14] En su vida se
miraron como espejo precioso para aprender todas las virtudes cristianas.
Conocemos el
testimonio de personas alejadas de Dios durante años, que volvieron al Señor como consecuencia de mantener la
devoción a nuestra Señora.
Refiere un sacerdote que, recién
ordenado, con su veintiséis años a cuestas, recibió una llamada telefónica. Se
trataba de una voz masculina, un tanto nerviosa, que le hablaba de acudir a
atender en el lecho de muerte a un moribundo. Le explicaba que el asunto era
difícil, porque los amigos y familiares del moribundo no querrían ver a un
sacerdote ni en pintura en la casa. Y allá fue, no sin antes encomendarse a la
Virgen para que todo saliera a pedir de boca.
En el piso del enfermo
hubo consternación al verle aparecer, pero él se dirigió directamente a la
habitación que le pareció del enfermo, y acertó.
-¿Le han dejado entrar?
-He visto caras de susto y gestos feos; pero ha podido más la Virgen nuestra
Señora.
-Gracias. No tengo mucho tiempo. Quiero confesarme.
El hombre era persona muy conocida. Llevaba sin confesarse muchísimos
años. Al final la absolución.
Poco antes de morir quiso explicar al sacerdote el "milagro":
-He estado cuarenta años ausente de la Iglesia. Y usted se preguntará por qué
he llamado a un sacerdote. Mi madre, al morir, nos reunió a los hermanos...
Mirad. No os dejo nada. Pero cumplid este testamento que os doy: Rezad todas
las noches tres avemarías. Y yo, ¿sabe?, lo he cumplido.
Termina el autor del relato: "Se moría mientras cantaba. A mí me pareció
todo aquello un cántico: Yo lo he cumplido, yo lo he cumplido".
Si para
cualquier madre de la tierra sus hijos son siempre una parte irrenunciable de
su vida, por la que están dispuestas a cualquier sacrificio, aunque a veces los
hijos se comporten con ella de modo ingrato, ¿qué no hará nuestra Madre del
Cielo por cada uno de nosotros?
Del
mismo modo que María está en el amanecer de la Redención y en los
mismos comienzos de la revelación, también se encuentra en el origen de nuestra
conversión a Cristo, en la santidad personal y en la propia salvación. Por Ella
nos llegó Jesús, y por Ella nos han llegado y seguirán derramándose todas las
gracias que nos sean necesarias. La Virgen nos ha facilitado el camino para
recomenzar tantas veces y nos ha librado de incontables peligros, que solos no
hubiéramos podido superar. Ella nos ofrece todo las cosas que guardaba en su
corazón,[15]
que miran directamente a Jesús, "a cuyo encuentro nos lleva de la
mano".[16]
En María encontró la humanidad la primera señal de esperanza, y en Ella la
sigue hallando cada hombre y cada mujer, pues es luz que ilumina y orienta.
El pintor inglés William Holman
Hunt, realizó un hermoso cuadro en el que aparecía Jesucristo llamando a la
puerta de una casa. Un día pidió a un grupo de artistas que examinaran el
lienzo y vieran si había algún error en él. Sólo hubo uno que dio en el clavo:
-A la puerta le falta el
pomo.
Y era ésa precisamente la
intención de Hunt; ése era el efecto que deseaba producir en quien contemplara
el cuadro, porque pasó a explicar:
-Cuando Cristo llama a la puerta de un corazón, ésta
sólo puede abrirse desde dentro.
Lo dice bien claro el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si
alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él
conmigo".[17]
María nos ayuda abrir esa
puerta pues a Jesús se va y se vuelve a través de Ella.
Devoción a la Virgen
Acaba
de comenzar el Adviento. En la segunda
lectura hemos escuchado las palabras del Apóstol que nos dice: Daos cuenta del momento en que
vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está
más cerca[18].
La devoción a Santa María nos ayuda a comenzar con garbo este tiempo de
esperanza y conversión.
San
Juan nos cuenta, en tercera persona, su actitud ante las palabras que el Señor
le dirige desde la Cruz: Desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo
propio[19].
Esa ha
sido la respuesta de los cristianos. Con su actitud de buenos hijos han
cumplido las palabras de María: me llamarán bienaventurada todas las gentes.
Qué
grande es la deuda que tenemos con Ella. Lo primero en la Novena es: Madre, gracias.
Para, a continuación piropearla, quererla, tratarla con cariño, aprender de
Ella, confiarle todas nuestras necesidades y peticiones.
María
es la madre buena llena de ternura y de bondad, constantemente entregada a las
necesidades de sus hijos; que se olvida de sí misma para pensar sólo en ellos.
¿Qué
sería de nosotros sin Santa María? Una imagen muy gráfica que lo ilustra es la
de esos niños pequeños que, por las circunstancias de la vida, han perdido a su
madre: la ausencia materna se lee en sus ojos.
Pongamos el
corazón en nuestras devociones a la Virgen. Un sacerdote nos refiere un ejemplo
de piedad sencilla. Lo protagoniza un chaval, “barman” en una cervecería
sevillana. Le pregunta al final de una clase de formación cristiana.
- ¿Tú le tienes
cariño a la Virgen?
- ¡ Digo!
- ¿Y
qué haces para acordarte de Ella?
- Pues en el
bar tengo un cuadro de la Macarena y, cuando me piden una cerveza, paso por
delante de la Virgen, la miro, y le digo: ¡ele!
- Y… ¿no
sabes decirle otra cosa?
- ¡Si! A
veces paso, la miro, me quedo “clavao”, y le digo “ele lerele”´
Es
querer expreso de Dios contar con Santa María en sus planes redentores para con
los hombres. Entendemos la grandeza de nuestra condición -la filiación divina- a través de María: a Jesús se va y se vuelve
por María.
Su devoción es esencial en
la vida del cristiano: "Antes solo no podías..Ahora has acudido a la Señora y, con Ella, qué
fácil".[20]
Entre
tantas devociones destaquemos el Rosario. La devoción mariana por
excelencia en la que contemplamos los
misterios principales de la vida de Jesús y de María, la piropeamos con las
avemarías y al tiempo que le confiamos todas nuestras necesidades.
Hace
unos días el Papa clausuró el Año de la Fe. Su objetivo era impulsar una nueva
evangelización. El trato con Santa María estos días de la novena nos debe
conducir a responder a esa vibrante llamada a anunciar el Evangelio que el Papa
acaba de hacernos. "Un anuncio renovado ofrece a los
creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y
una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el
mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él
hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor,
subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse»
(Is 40,31).
Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo
ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son
inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no
deja de asombrarse por «la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del
conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Decía san Juan de la Cruz: «Esta
espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque
más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro».[7] O
bien, como afirmaba san Ireneo: «[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda
novedad».[8] Él
siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y,
aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta
cristiana nunca envejece.
Jesucristo también puede romper los esquemas
aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante
creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la
frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos,
otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado
significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción
evangelizadora es siempre «nueva».[21]
Juan Ramón Domínguez
[1]
Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 284
[2]
Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 285
[3]
Papa Francisco, Videomensaje a la Vigilia del Divino Amor, 12.10.2013
[4]
PABLO VI, Homilía 8-X-1964
[5]
Gn 3, 15.
[6]
Is 7, 14.
[7]
Mt 1, 22 - 23.
[8]
Pr 8, 24
[9]
Si 24, 25 - 30.
[10]
Ct 4, 7.
[11]
Si 24, 25
[12]
San Josemaría, Amigos de Dios, 279.
[13]
Papa Francisco, Videomensaje a la Vigilia del Divino Amor, 12.10.2013
[14]
Lc. 1, 14
[15]
Lc 2, 51.
[16]
Cfr. Beato Juan Pablo II, Homilía 20 - X - 1979.
[17]
Apc 4,20
[18]
Rom. 13, 11
[19]
Jn 19, 27
[20]
San Josemaría, Camino n. 513
[21]
Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 11