Ahí tienes a tu Madre



                "Con el Espíritu Santo, en medio del pueblo siempre está María. Ella reunía a los discípulos para invocarlo (Hch1,14), y así hizo posible la explosión misionera que se produjo en Pentecostés. Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el espíritu de la nueva evangelización."[1] Esta presencia de Santa María se siente de modo especial en estos días marianos.

                Estamos en el tercer día de la Misión Magnificat. Consideramos hoy la escena de la Cruz.
             
                "Hijo, ahí tienes a tu Madre" dijo el Señor desde la Cruz dirigiéndose a San Juan. "Estas palabras de Jesús al borde de la muerte no expresan primeramente una preocupación piadosa hacia su madre, sino que son más bien una fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Sólo después de hacer esto Jesús pudo sentir que «todo está cumplido» (Jn 19,28). Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio.[2]

                Desde entonces el Señor no se cansa de repetírnoslo al oído. Hoy escuchamos de nuevo esas palabras tan consoladoras: la Madre de Dios es también Madre nuestra.

                Al escucharlas, damos gracias a Santa María por tantos favores y gracias recibidos, por sentirnos en todo momento bajo su mirada bellísima y misericordiosa que nos dirige desde el Cielo. Recordaba la anécdota ocurrida en la celebración de la Pasión en un pueblecito alemán. La gente sobrecogida escucha la desesperación de Judas: Mi crimen no tiene remedio, al tiempo que se dirige a un árbol cercano para ahorcarse. En el silencio, se escucha la voz de una niña: Mamá, ¿por qué no ha acudido a la Virgen? Es la experiencia de todos los cristianos y confío que sea también la vuestra. Con María  se vencen siempre los momentos difíciles. No hay tempestad que haga naufragar el corazón de nuestra Madre del Cielo.

                Elevamos nuestros ojos a Santa María y nos encontramos con su mirada. " La mirada. ¡Qué importante es! ¡Cuántas cosas pueden decirse con una mirada! Afecto, aliento, compasión, amor, pero también reproche, envidia, soberbia, incluso odio. Con frecuencia, la mirada dice más que las palabras, o dice aquello que las palabras no pueden o no se atreven a decir. ¿A quién mira la Virgen María? Nos mira a todos, a cada uno de nosotros. Y, ¿cómo nos mira? Nos mira como Madre, con ternura, con misericordia, con amor. Así ha mirado al hijo Jesús en todos los momentos de su vida, gozosos, luminosos, dolorosos, gloriosos, como contemplamos en los Misterios del Santo Rosario, simplemente con amor". [3] Es una de las peticiones más repetidas por los cristianos: vuelve a nosotros los ojos. De esa forma recordamos que estamos siempre bajo la mirada cariñosa y amable de María.

               La mujer más amada por Dios

                Apareció un lucero en medio de la oscuridad y anunció al mundo en tinieblas que la Luz ya estaba próxima. El nacimiento de la Virgen fue la primera señal de que la Redención se acercaba. "La aparición de Nuestra Señora en el mundo es como la llegada de la aurora que precede a la luz de la salvación, Cristo Jesús; como el abrirse sobre la tierra, toda cubierta del fango del pecado, de la más bella flor que jamás haya brotado en el jardín de la Humanidad: el nacimiento de la criatura más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición que el mismo Dios, al crearlo, había dado al hombre: imagen de Dios, semejanza de Dios. María nos restituye la figura de la humanidad perfecta". [4] Jamás los ángeles habían contemplado una criatura más bella, nunca la humanidad tendrá nada parecido.

                María había sido anunciada a lo largo del Antiguo Testamento. En el inicio de la revelación se habla de Ella. Después de la caída de nuestros primeros padres [5], Dios habla a la serpiente, y le dice: Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar. La mujer es en primer lugar Eva, que había sido tentada y había caído; y, en un nivel más profundo, la mujer es María, la nueva Eva, de quien nacerá Cristo, absoluto vencedor del demonio, simbolizado en la serpiente. En Ella se dará la mayor enemistad que se pueda concebir en la tierra entre la gracia y el pecado. El Profeta Isaías anuncia a María como la Madre virginal del Mesías.[6] San Mateo señalará expresamente el cumplimiento de esta profecía.[7]

                La Iglesia refiere también a María otros textos que tratan en primer lugar de la Sabiduría divina; sugieren, sin embargo, que en el plan divino de la salvación, formado desde la eternidad, está contenida la imagen de Nuestra Señora. Antes que los abismos fui engendrada yo, antes que fuesen las fuentes de las aguas .[8] Y como si la Escritura se adelantara recordando el amor purísimo que había de reinar en su Corazón, leemos: Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Venid a mí cuantos me deseáis, y saciaos de mis frutos. Porque recordarme es más dulce que la miel... el que me escucha jamás será confundido, y los que me sirven no pecarán.[9]  Y, atisbando su Concepción Inmaculada, anuncia el Cantar de los cantares: Eres toda hermosa, amiga mía, no hay tacha en ti.[10] Y el Eclesiástico anuncia de una manera profética: En mí se encuentra toda gracia de doctrina y de verdad, toda esperanza de vida y de virtud.[11] "¡Con cuánta sabiduría la Iglesia ha puesto esas palabras en boca de María, para que no las olvidemos! Ella es la seguridad, el Amor que nunca abandona, el refugio constantemente abierto, la mano que acaricia y consuela siempre".[12]  Busquemos nosotros su ayuda y su consuelo en estos días, mientras nos preparamos a celebrar la gran solemnidad de su Concepción Inmaculada.

                      María es Madre nuestra

                La Tradición nos cuenta que la primera aparición del Resucitado fue a su Madre. Santa María no acude con las mujeres al sepulcro. En su corazón arde la llama de la esperanza en la Resurrección de su Hijo. Es difícil imaginar la alegría y la ternura de aquel encuentro. En esos momentos inefables el Señor no dejaría de recordarle sus últimas palabras desde la Cruz: Madre, ahí están tus hijos ayúdales a ser fieles.  

                Bajo su protección maternal estamos todos desde entonces. "Cuando estamos cansados, desanimados, abrumados por los problemas, volvámonos a María, sintamos su mirada que dice a nuestro corazón: “¡Ánimo, hijo, que yo te sostengo!” La Virgen nos conoce bien, es madre, sabe muy bien cuáles son nuestras alegrías y nuestras dificultades, nuestras esperanzas y nuestras desilusiones. Cuando sintamos el peso de nuestras debilidades, de nuestros pecados, volvámonos a María, que dice a nuestro corazón: «!Levántate, acude a mi Hijo Jesús!, en él encontrarás acogida, misericordia y nueva fuerza para continuar el camino».[13]

                Me confiaba en una ocasión una madre: "Di de él cuanto quieras, pero yo sé mejor que tú y que nadie las faltas de mi niño.  Yo no lo quiero porque es bueno, sino porque es mi hijo.  ¿Y cómo vas a saber tú el tesoro que él es, tú que tratas de pesar sus méritos con sus faltas?. Cuando yo tengo que castigarlo, es más mío que nunca". El amor materno es el reflejo más claro del amor divino. Ante una madre no cuentan los éxitos o los méritos de los hijos. Lo que cuentan son sus necesidades. Y la madre se vuelca más con el hijo más necesitado. Cuanta más indigencia y necesidad encuentre en mí la Virgen, más razones tengo para confiar y apoyarme en Ella.

                San Lucas recoge en el libro de los Hechos la fidelidad alegre y contagiosa de los primeros discípulos a su vocación cristiana y señala la cercanía y el trato con Santa María como una de las causas principales.[14] En su vida se miraron como espejo precioso para aprender todas las virtudes cristianas.

                Conocemos el testimonio de personas alejadas de Dios durante años, que volvieron  al Señor como consecuencia de mantener la devoción a nuestra Señora.

                Refiere un sacerdote que, recién ordenado, con su veintiséis años a cuestas, recibió una llamada telefónica. Se trataba de una voz masculina, un tanto nerviosa, que le hablaba de acudir a atender en el lecho de muerte a un moribundo. Le explicaba que el asunto era difícil, porque los amigos y familiares del moribundo no querrían ver a un sacerdote ni en pintura en la casa. Y allá fue, no sin antes encomendarse a la Virgen para que todo saliera a pedir de boca.

                En el piso del enfermo hubo consternación al verle aparecer, pero él se dirigió directamente a la habitación que le pareció del enfermo, y acertó.

-¿Le han dejado entrar?
-He visto caras de susto y gestos feos; pero ha podido más la Virgen nuestra Señora.
-Gracias. No tengo mucho tiempo. Quiero confesarme.
  El hombre era persona muy conocida. Llevaba sin confesarse muchísimos años. Al final la absolución.
Poco antes de morir quiso explicar al sacerdote el "milagro":

-He estado cuarenta años ausente de la Iglesia. Y usted se preguntará por qué he llamado a un sacerdote. Mi madre, al morir, nos reunió a los hermanos... Mirad. No os dejo nada. Pero cumplid este testamento que os doy: Rezad todas las noches tres avemarías. Y yo, ¿sabe?, lo he cumplido.

Termina el autor del relato: "Se moría mientras cantaba. A mí me pareció todo aquello un cántico: Yo lo he cumplido, yo lo he cumplido".

                Si para cualquier madre de la tierra sus hijos son siempre una parte irrenunciable de su vida, por la que están dispuestas a cualquier sacrificio, aunque a veces los hijos se comporten con ella de modo ingrato, ¿qué no hará nuestra Madre del Cielo por cada uno de nosotros?

                Del mismo modo que María está en el amanecer de la Redención y en los mismos comienzos de la revelación, también se encuentra en el origen de nuestra conversión a Cristo, en la santidad personal y en la propia salvación. Por Ella nos llegó Jesús, y por Ella nos han llegado y seguirán derramándose todas las gracias que nos sean necesarias. La Virgen nos ha facilitado el camino para recomenzar tantas veces y nos ha librado de incontables peligros, que solos no hubiéramos podido superar. Ella nos ofrece todo las cosas que guardaba en su corazón,[15] que miran directamente a Jesús, "a cuyo encuentro nos lleva de la mano".[16] En María encontró la humanidad la primera señal de esperanza, y en Ella la sigue hallando cada hombre y cada mujer, pues es luz que ilumina y orienta.

                El pintor inglés William Holman Hunt, realizó un hermoso cuadro en el que aparecía Jesucristo llamando a la puerta de una casa. Un día pidió a un grupo de artistas que examinaran el lienzo y vieran si había algún error en él. Sólo hubo uno que dio en el clavo:

-A la puerta le falta el pomo.
Y era ésa precisamente la intención de Hunt; ése era el efecto que deseaba producir en quien contemplara el cuadro, porque pasó a explicar:
-Cuando Cristo llama a la puerta de un corazón, ésta sólo puede abrirse desde dentro.

Lo dice bien claro el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo".[17]

                María nos ayuda abrir esa puerta pues a Jesús se va y se vuelve a través de Ella.

Devoción a la Virgen

                Estamos en Cuaresma.  La Iglesia nos repite incansable la llamada apremiante del Señor (meter cita 18). La devoción a Santa María nos ayuda a comenzar con garbo este tiempo de esperanza y conversión.

                San Juan nos cuenta, en tercera persona, su actitud ante las palabras que el Señor le dirige desde la Cruz: Desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio[19].

                Esa ha sido la respuesta de los cristianos. Con su actitud de buenos hijos han cumplido las palabras de María: me llamarán bienaventurada todas las gentes.

                Qué grande es la deuda que tenemos con Ella. Lo primero en esta Misión es: Madre, gracias. Para, a continuación piropearla, quererla, tratarla con cariño, aprender de Ella, confiarle todas nuestras necesidades y peticiones.

                María es la madre buena llena de ternura y de bondad, constantemente entregada a las necesidades de sus hijos; que se olvida de sí misma para pensar sólo en ellos.

                ¿Qué sería de nosotros sin Santa María? Una imagen muy gráfica que lo ilustra es la de esos niños pequeños que, por las circunstancias de la vida, han perdido a su madre: la ausencia materna se lee en sus ojos.

                Pongamos el corazón en nuestras devociones a la Virgen. Un sacerdote nos refiere un ejemplo de piedad sencilla. Lo protagoniza un chaval, “barman” en una cervecería sevillana. Le pregunta al final de una clase de formación cristiana.

-          ¿Tú le tienes cariño a la Virgen?
-          ¡ Digo!
-           ¿Y qué haces para acordarte de Ella?
-          Pues en el bar tengo un cuadro de la Macarena y, cuando me piden una cerveza, paso por delante de la Virgen, la miro, y le digo: ¡ele!
-          Y… ¿no sabes decirle otra cosa?
-          ¡Si! A veces paso, la miro, me quedo “clavao”, y le digo “ele lerele”´

                Es querer expreso de Dios contar con Santa María en sus planes redentores para con los hombres. Entendemos la grandeza de nuestra condición -la filiación divina-  a través de María: a Jesús se va y se vuelve por María.

                Su devoción es esencial en la vida del cristiano: "Antes solo no podías..Ahora has acudido a la Señora y, con Ella, qué fácil".[20]

                Entre tantas devociones destaquemos el Rosario. La devoción mariana por excelencia  en la que contemplamos los misterios principales de la vida de Jesús y de María, la piropeamos con las avemarías y al tiempo que le confiamos todas nuestras necesidades.               
                Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva».[21]

Juan Ramón Domínguez





[1] Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 284
[2] Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 285
[3] Papa Francisco, Videomensaje a la Vigilia del Divino Amor, 12.10.2013
[4] PABLO VI, Homilía 8-X-1964
[5] Gn 3, 15.
[6] Is 7, 14.
[7] Mt 1, 22 - 23.
[8] Pr 8, 24
[9] Si 24, 25 - 30.
[10] Ct 4, 7.
[11] Si 24, 25
[12] San Josemaría, Amigos de Dios, 279.
[13] Papa Francisco, Videomensaje a la Vigilia del Divino Amor, 12.10.2013
[14] Lc. 1, 14
[15] Lc 2, 51.
[16] Cfr. Beato Juan Pablo II, Homilía 20 - X - 1979.
[17] Apc 4,20
[18] Rom. 13, 11
[19] Jn 19, 27
[20] San Josemaría, Camino n. 513
[21] Papa Francisco, Evangelii Gaudium n. 11


– Santa María, Madre de Dios.
– Madre nuestra. Ayudas que nos presta.
– La devoción a la Virgen nos lleva a Cristo. Comenzar el nuevo año junto a Ella.

I. Hemos contemplado muchas veces a María con el Niño en sus brazos, pues la piedad cristiana ha plasmado de mil formas diferentes la festividad que hoy celebramos: la Maternidad de María, el hecho central que ilumina toda la vida de la Virgen y fundamento de los otros privilegios con que Dios quiso adornarla. Hoy alabamos y damos gracias a Dios Padre porque María concibió a su Único Hijo por obra y gracia del Espíritu Santo, y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo nuestro Señor [1]. Y a Ella le cantamos en nuestro corazón: Salve, Madre santa, Virgen, Madre del Rey [2], pues realmente la Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad [3].
Santa María es la Señora, llena de gracia y de virtudes, concebida sin pecado, que es Madre de Dios y Madre nuestra, y está en los cielos en cuerpo y alma. La Sagrada Escritura nos habla de Ella como la más excelsa de todas las criaturas, la bendita, la más alabada entre las mujeres, la llena de gracia [4], la que todas las generaciones llamarán bienaventurada [5]. La Iglesia nos enseña que María ocupa, después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros, en razón de su maternidad divina. Ella, "por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue exaltada sobre todos los ángeles y los hombres" [6]. Por ti, Virgen María, han llegado a su cumplimiento los oráculos de los profetas que anunciaron a Cristo: siendo Virgen, concebiste al Hijo de Dios y, permaneciendo virgen, lo engendraste [7].
El Espíritu Santo nos enseña en la Primera lectura de la Misa de hoy que, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley... [8]. Jesús no apareció de pronto en la tierra venido del cielo, sino que se hizo realmente hombre, como nosotros, tomando nuestra naturaleza humana en las entrañas purísimas de la Virgen María. Jesús, en cuanto Dios, es engendrado eternamente, no hecho, por Dios Padre desde toda la eternidad. En cuanto hombre, nació, "fue hecho", de Santa María. "Me extraña en gran manera -dice por eso San Cirilo- que haya alguien que tenga alguna duda de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. Si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los Santos Padres" [9]. Así lo definió el Concilio de Efeso [10].
"Todas las fiestas de Nuestra Señora son grandes, porque constituyen ocasiones que la Iglesia nos brinda para demostrar con hechos nuestro amor a Santa María, -comenta Mons. Escrivá de Balaguer-. Pero si tuviera que escoger una, entre esas festividades -añade-, prefiero la de hoy; la Maternidad divina de la Santísima Virgen [...].
"Cuando la Virgen respondió que sí, libremente, a aquellos designios que el Creador le revelaba, el Verbo divino asumió la naturaleza humana: el alma racional y el cuerpo formado en el seno purísimo de María. La naturaleza divina y la humana se unían en una única Persona: Jesucristo, verdadero Dios y, desde entonces, verdadero Hombre; Unigénito eterno del Padre y, a partir de aquel momento, como Hombre, hijo verdadero de María: por eso Nuestra Señora es Madre del Verbo encarnado, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que ha unido a sí para siempre -sin confusión- la naturaleza humana. Podemos decir bien alto a la Virgen Santa, como la mejor alabanza, esas palabras que expresan su más alta dignidad: Madre de Dios" [11].
A Nuestra Señora le será muy grato que en el día de hoy le repitamos, a modo de jaculatoria, las palabras del Avemaría: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

II. "Nuestra Madre Santísima" es un título que damos frecuentemente a la Virgen, y que nos es especialmente querido y consolador. Ella es verdaderamente Madre nuestra, porque nos engendra continuamente a la vida sobrenatural.
"Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia" [12].
Esta maternidad de María "perdura sin cesar... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada" [13].
Jesús nos dio a María como Madre nuestra en el momento en que, clavado en la cruz, dirige a su Madre estas palabras: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre [14].
"Así, de un modo nuevo, ha legado su propia Madre al hombre: al hombre a quien ha transmitido el Evangelio. La ha legado a todo hombre... Desde aquel día toda la Iglesia la tiene como Madre. Y todos los hombres la tienen como Madre. Entienden como dirigidas a cada uno las palabras pronunciadas desde la Cruz" [15].
Jesús nos mira a cada uno: He ahí a tu madre, nos dice. Juan la acogió con cariño y cuidó de Ella con extremada delicadeza, "la introduce en su casa, en su vida. Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas. En cierto sentido, resulta casi superflua esa aclaración. María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se manifieste como nuestra Madre (Monstra te esse Matrem. Himno litúrgico Ave maris stella)" [16]. Al darnos Cristo a su Madre por Madre nuestra, manifiesta el amor a los suyos hasta el fin [17]. Al aceptar la Virgen al Apóstol Juan como hijo suyo muestra Ella su amor de Madre con todos los hombres.
Ella ha influido de una manera decisiva en nuestra vida. Cada uno tiene su propia experiencia. Mirando hacia atrás vemos su intervención detrás de cada dificultad para sacarnos adelante, el empujón definitivo que nos hizo recomenzar de nuevo. "Cuando me pongo a considerar tantas gracias como he recibido de María Santísima, me parece ser como uno de esos santuarios marianos en cuyas paredes, recubiertas de exvotos, sólo se lee esta inscripción: "Por gracia recibida de María". Así me parece que estoy yo escrito por todas partes: "Por gracia recibida de María".
"Todo buen pensamiento, toda buena voluntad, todo buen sentimiento de mi corazón: "Por gracia de María"" [18].
Podríamos preguntarnos en esta fiesta de Nuestra Señora si la hemos sabido acoger como San Juan [19], si le decimos muchas veces, Monstra te esse matrem! ¡Muestra que eres Madre!, demostrando con nuestras obras que deseamos ser buenos hijos suyos.

III. La Virgen cumple su misión de Madre de los hombres intercediendo continuamente por ellos cerca de su Hijo. La Iglesia le da a María los títulos de "Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora" [20], y Ella, con amor maternal, se encarga de alcanzarnos gracias ordinarias y extraordinarias, y aumenta nuestra unión con Cristo. Es más, "dado que María ha de ser justamente considerada como el camino por el que somos conducidos a Cristo, la persona que encuentra a María no puede menos de encontrar a Cristo igualmente" [21].
La devoción filial a María es, pues, parte integrante de la vocación cristiana. En todo momento, hemos de recurrir, como por instinto, a Ella, que "consuela nuestro temor, aviva nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestros temores y anima nuestra pusilanimidad" [22].
Es fácil llegar hasta Dios a través de su Madre. Todo el pueblo cristiano, sin duda por inspiración del Espíritu Santo, ha tenido siempre esa certeza divina. Los cristianos han visto siempre en María un atajo -"senda por donde se abrevia el camino"- para llegar ante el Señor.
Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentarla intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida [23].
Con esta solemnidad de Nuestra Señora comenzamos un nuevo año. En verdad no puede haber mejor comienzo del año -y de todos los días de nuestra vida- que estando muy cerca de la Virgen. A Ella nos dirigimos con confianza filial, para que nos ayude a vivir santamente cada día del año; para que nos impulse a recomenzar si, porque somos débiles, caemos y perdemos el camino; para que interceda ante su divino Hijo a fin de que nos renovemos interiormente y procuremos crecer en amor de Dios y en servicio a nuestro prójimo. En las manos de la Virgen ponemos los deseos de identificarnos con Cristo, de santificar la profesión, de ser fieles evangelizadores. Repetiremos con más fuerza su nombre cuando las dificultades arrecien. Y Ella, que está siempre pendiente de sus hijos, cuando oiga su nombre en nuestros labios, vendrá con prisa a socorrernos. No nos dejará en el error o en el desvarío.
En el día de hoy, cuando contemplemos alguna imagen suya, le podemos decir, al menos mentalmente, sin palabras, ¡Madre mía!, y sentiremos que nos acoge y nos anima a comenzar este nuevo año que Dios nos regala, con la confianza de quien se sabe bien protegido y ayudado desde el Cielo.

(1) MISAL ROMANO, Prefacio de la Maternidad de la Virgen María .
(2) Antífona de entrada de la Misa .
(3) Antífona 3 de Laudes .
(4) Lc 1, 28.
(5) Lc 1, 48.
(6) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 63.
(7) Antífona Magnificat del 27 de diciembre .
(8) Ga 4, 4.
(9) SAN CIRILO DE ALEJANDRIA, Carta1, 27 - 30.
(10) Dz - Sch, 252.
(11) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 274.
(12) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 61.
(13) Ibídem, 62.
(14) Jn 19, 26 - 27.
(15) JUAN PABLO II, Audiencia general, 10 - I - 1979.
(16) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 140.
(17) Cfr. Jn 13, 1.
(18) MASSERANO, Vita di San Leonardo da Porto Maurizzio,2, 4.
(19) Cfr. Jn 19, 27.
(20) CONC. VAT. II, Ibídem, 62.
(21) PABLO VI, Enc. Mense Maio, 29 - IV - 1965.
(22) SAN BERNARDO, Hom. en la Natividad de la B. Virgen María, 7.
(23) Oración colecta de la Misa.