EL DIA DEL SEÑOR

El Señor aprovecha el extraordinario concurso de gentes que se han reunido en Jerusalén con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos para exponer una de sus enseñanzas más hermosas, con la que anuncia la cercanía de su sacrificio redentor: la alegoría del buen pastor.

La imagen el pastor, aplicada al gobierno espiritual del pueblo hebreo y al ministerio del culto divino, era bien conocida en Israel. El rey David y otros profetas habían sido pastores en su juventud, y lo mismo los grandes Patriarcas: Abrahám, Isaac, Jacob… Y todos sabían -lo había predicho Ezequiel (1)- que el Mesías vendría como Pastor único y definitivo para el pueblo y para el mundo entero.

En este discurso, el Señor –que ya ha revelado a los Apóstoles su designio de fundar la Iglesia- se presenta como Puerta, Guardián y Pastor de ese redil de almas. Sus representantes en la tierra, con la autoridad y poderes que Él les confiará, han de ejercitar fielmente esas funciones salvadoras. “Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el camino. Disponemos de un tesoro infinito de ciencia: la Palabra de Dios, custodiada en la Iglesia; la gracia de Cristo, que se administra en los Sacramentos; el testimonio y el ejemplo de quienes viven rectamente junto a nosotros, y que han sabido construir con sus vidas un camino de fidelidad a Dios” (2).

Cristo se ocupa de que nunca falten los buenos pastores en su Iglesia. Él mismo ha señalado las características que han de tener, para que nadie sea inducido a engaño. “¿Quién es el buen pastor? El que entra por la puerta de la fidelidad a la doctrina de la Iglesia; el que no se comporta como el mercenario que viendo venir el lobo, desampara las ovejas y huye; y el lobo las arrebata y dispersa el rebaño (3). Mirad que la palabra divina no es vana; y la insistencia de Cristo -¿no veis con qué cariño habla de pastores y de ovejas, del redil y del rebaño?- es una demostración práctica de la necesidad de un buen guía para nuestra alma” (4).

Si no hubiese pastores malos, escribe San Agustín, El no habría precisado, hablando del bueno. ¿Quién es el mercenario? El que ve el lobo y huye. El que busca su gloria, no la gloria de Cristo; el que no se atreve a reprobar con libertad de espíritu a los pecadores. El lobo coge una oveja por el cuello, el diablo induce a un fiel a cometer adulterio. Y tú, callas, no repruebas. Tú eres mercenario; has visto venir al lobo y has huido. Quizá él diga: no; estoy aquí, no he huido. No, respondo, has huido porque te has callado; y has callado, porque has tenido miedo (5).

“La santidad de la Esposa de Cristo se ha demostrado siempre -como se demuestra también hoy- por la abundancia de buenos pastores. Pero la fe cristiana, que nos enseña a ser sencillos, no nos induce a ser ingenuos. Hay mercenarios que callan, y hay mercenarios que hablan palabras que no son de Cristo. Por eso, si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor, al que entra por la puerta ejercitando su derecho, al que, dando su vida por los demás, quiere ser, en la palabra y en la conducta, un alma enamorada: un pecador quizá también, pero que confía siempre en el perdón y en la misericordia de Cristo” (6)

Jesús es el Buen Pastor. Él ha prometido su presencia y cercanía hasta el final de los tiempos. Seremos "ovejas" de tan Buen Pastor si también nosotros oímos su voz, palpamos su vida entregada, y las manos del Padre de las que nadie nos podrá arrebatar. En la medida en que permanecemos en ese Pastor Bueno, nuestro corazón crece y se ve rodeado de una paz que no engaña, y de una esperanza sin traición.
La imagen del pastor que Jesús se había aplicado a sí mismo pasa a Pedro: él ha de continuar la misión del Señor, ser su representante en la tierra. Las palabras que le dirige Jesús -apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas- indican que la misión de Pedro será la de guardar todo el rebaño del Señor, sin excepción.

Y "apacentar" equivale a dirigir y gobernar. Pedro queda constituido pastor y guía de la Iglesia entera. Como señala el Concilio Vaticano II, Jesucristo "puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión" (7).

Donde está Pedro se encuentra la Iglesia de Cristo. Junto a él conocemos con certeza el camino que conduce a la salvación. En el inicio de su pontificado nos decía el Papa: ”Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia” (8).

Tenemos necesidad de pastores que nos recuerden las actitudes del Buen Pastor, y debemos pedir al Señor que nos bendiga con muchos y santos sacerdotes según el corazón de Dios. Este domingo es una buena ocasión para reavivar el propósito que los cristianos hicimos al comienzo del año sacerdotal: pedir por la santidad de los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales que necesita la Iglesia para cumplir su misión.

(1) Cfr. Eze. 34, 23-24
(2) San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa n. 34
(3) Cfr. Jn. 10, 1-21
(4) San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa n. 34
(5) San Agustín, In Ioannis Evangelium tractatus, 46,8 (PL 35, 1732)
(6) San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa n. 34
(7) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 18
(8) Benedicto XVI, Homilía de la Misa de Inicio del Pontificado